Alfombras tradicionales y populares de Semana Santa en Guatemala


Larguí­sima alfombra de aserrí­n teñido y arena elaborada por los vecinos del Callejón del Judí­o en el barrio de Candelaria de la Ciudad de Guatemala, al paso de Jesús Nazareno de Candelaria el Jueves Santo. Obsérvese el escuadrón de palestinos que portan el Ví­a Crucis. 2006. (Fotografí­a: Guillermo Vásquez González).

Las alfombras de «aserrí­n», flores o frutas constituyen una de las caracterí­sticas más importantes de las celebraciones de la Semana Santa en Guatemala.

Celso Lara

Estas largas y extraordinarias alfombras propias de la cultura popular guatemalteca, forman parte del llamado arte popular efí­mero y están enraizadas en la memoria colectiva del guatemalteco desde tiempos inmemoriales. Son un claro ejemplo del sincretismo religioso y cultural de la Guatemala contemporánea.

Su origen tiene dos fuentes: en la época prehispánica sabemos por los cronistas españoles del siglo XVI y los testimonios indí­genas escritos, que los Señores y Sacerdotes de la teocracia, utilizaban alfombras de flores, de pino y de plumas de aves preciosas como quetzal, guacamaya y colibrí­.

Esta tradición mesoamericana se encontraba presente en el sur de México, en particular entre los indí­genas tlaxcaltecas, que durante la conquista española, en el siglo XVI, fueron traí­dos como personal militar de apoyo por los conquistadores iberos; una vez fundada la ciudad de Santiago de Guatemala en 1527, a estos indí­genas les fue asignado solar para vivir en donde hoy se encuentran el pueblo de Ciudad Vieja y San Miguel El Escobar en el departamento de Sacatepéquez.

Por otro lado, a ello se suma la influencia española, particularmente de las Islas Canarias (Tenerife e Isla de la Gomera), donde se elaboran alfombras desde tiempos inmemoriales (hay testimonios escritos hacia el siglo VII de la era cristiana), y se elaboran de tierras de colores, arenas y también de flores.

No hay que olvidar que el Santo Hermano Pedro de San José de Betancourth, de tan grata memoria en la ciudad de Santiago de Guatemala era oriundo de Villa Flor, pueblecito de Tenerife, y que, a su vez, los franciscanos, que tuvieron a su cargo la mayor parte de la evangelización en Guatemala, han tenido siempre la advocación de la religiosidad popular muy acendrada dentro de sus tradiciones monacales.

Con este origen y con el desarrollo histórico propio de los guatemaltecos de la época colonial en los siglos XVII y XVIII, se sincretizan y se hacen guatemaltecas porque se cargan de nuevo contenido, que las llevan a formar parte de la cultura guatemalteca.

Su funcionalidad está muy ligada a lo propiciatorio, a lo rogativo. El elaborar una alfombra significa para los creyentes agradecer una gracia, un milagro, y se convierte en obligación personal del individuo con la imagen a que venera, que son, en Guatemala, los Cristos Yacentes, los Nazarenos y las distintas advocaciones de la Virgen de Soledad y de Todos los Dolores.

Las alfombras tienen carácter colectivo. Se hacen por cuadras y por familias completas, quienes trabajan en la confección de los moldes, el teñido del aserrí­n y la elaboración propiamente dicha de la alfombra. Sobre ellas debe pasar el anda de la imagen del Nazareno o del Sepultado en las grandes procesiones de Cuaresma y Semana Santa de Guatemala.

Las más espléndidas y elaboradas son las de La Antigua Guatemala, su lugar de origen y de donde irradiaron a la Nueva Guatemala de la Asunción (Ciudad de Guatemala) en 1776 y al resto de pueblos y ciudades de Guatemala.

Alfombras de flores y frutos, como las de San Bartolomé Becerra, en La Antigua Guatemala, de «aserrí­n» y sí­mbolos cristianos barrocos de la calle de las Animas en La Antigua Guatemala, cerca de la Merced o las de la calle de la Amargura y del callejón del Judí­o en el barrio del Cerro del Carmen en la ciudad de Guatemala para la procesión del Jueves Santo de Jesús de Candelaria, son ejemplo hermoso del colorido y la creatividad del hombre guatemalteco y de su profunda religiosidad.

Por otra parte, una tradición absolutamente católica que se ha transformado en un arte popular que se extiende tanto por España como por Hispanoamérica es la que tiene su origen, quizás en el siglo XIV, al sembrar el camino de la procesión del Corpus Christi con retamas, romero, espliego, murta o pétalos de flores (rosas y claveles en especial), costumbre que evolucionarí­a, sin duda, hacia las verdaderas alfombras de flores, tierras coloreadas, aserrí­n u otros materiales.

Algunos autores remontan el origen de esta costumbre a «1246, cuando el obispo de Lieja, Robertok, juzgó oportuno instituir en su diócesis una fiesta en honor del Santí­simo Sacramento». Consagrada la festividad del Corpus por el papa Urbano IV en 1264, se sabe que en 1320 ya se celebraba la procesión en Barcelona, una de las primeras ciudades españolas en que se introdujo la celebración, y de donde parte su difusión, especialmente por toda la costa levantina, y por otros lugares de la pení­nsula y de las islas, hasta llegar al Nuevo Mundo.

La tradición más primitiva en España -la de la costa levantina y Cataluña- consiste en sembrar el suelo por donde debe pasar la procesión de ramaje de plantas olorosas como el romero o el espliego, lo que junto a los pétalos de rosas que se echan al paso del Santí­simo Sacramento crean un ambiente especial, medio campesino medio urbano, y siempre sagrado, por allí­ por donde ha de discurrir la procesión. El valor sagrado del incienso o del copal lo adquiere en sentido traslaticio el romero o la murta que los huérfanos valencianos esparcí­an antes del comienzo de la procesión. En algunos lugares, como Toledo, donde la tradición procesional es también muy antigua, además de ese alfombrado se construyen arcos. Ese mismo carácter de alfombra lo hemos advertido en la iglesia de San Juan Chamula, en Chiapas (México) y Patzún, Guatemala, donde, además, los altares están engalanados con grandes ramas de pinos, etc.

Son ya verdaderas alfombras las que se confeccionan en las Canarias y en América Latina: todas ellas deben de haberse empezado a realizar a partir de mediados del siglo XIX. En La Orotova (Tenerife) las alfombras se hacen con flores, mezcladas con arenas o tierras de colores, en la plaza, frente al Ayuntamiento. En Maco (isla de La Palma) los tapices son realizados con tierras, hierbas y otras materias vegetales. Finalmente, en el barrio de Vegueta (Las Palmas de Gran Canaria) los tapices son de flores. Cada vecino de la calle hace el trozo que le corresponde frente a su casa, utilizando plantillas.

En México y Guatemala las alfombras no sólo se hacen para el Corpus Christi, sino también para la Semana Santa y la Asunción. En el caso del Corpus en Patzún (Guatemala), el sistema de elaboración, por parte de los vecinos de las calles por donde pasa la procesión, es semejante al mencionado caso del barrio de Vegueta de Las Palmas, no así­ los materiales que consisten fundamentalmente en «aserrí­n coloreado con anilinas», que es distribuido utilizando plantillas de cartón o madera para los diseños. En alguna ocasión se llegan a utilizar tapas de botellas de bebidas gaseosas, convenientemente pintadas. También en Patzún se usan arcos adornados con ramaje.

El fin último de estas maravillosas obras de arte es el de la procesión. «Al paso de los tres sacerdotes que llevaban el Corpus Christi, las alfombras se deshací­an pudiendo ya pasar el resto de la gente».

El caso de Cholula (México), con ocasión de la Asunción de la Virgen, artesanos especializados construyen en cada barrio alfombras con aserrí­n coloreado y flores, muy parecidas a las que hemos señalado para Canarias y Guatemala.

También en Guatemala, especialmente en la ciudad de La Antigua, hay que mencionar la confección de alfombras de este mismo tipo con ocasión de la Semana Santa: su carácter, confección, artesanos, motivos decorativos, etc., son muy parecidos a los señalados más arriba.

Si se hace abstracción de los diseños decorativos, evidentemente mucho más complejos y bellos en los últimos casos mencionados, consideramos que el alfombrado de ramaje y las verdaderas alfombras de flores, «aserrí­n», arena u otro material tienen una misma finalidad o función, llegaremos fácilmente a la conclusión de que ésta es, necesariamente, de carácter ritual, ya que, como antes dijimos, se trata de crear un «ambiente sacro» por la ví­a de los aromas «silvestres» o por la ví­a de los diseños realizados con elementos silvestres. Tal función desaparece cuando el elemento de mayor valor sagrado, el cual es el Santí­simo Sacramento o una imagen de Pasión termina de pasar: entonces todo el mundo puede contribuir a la destrucción de lo que se ha construido con tanto cuidado y cariño por la comunidad. Salvando, pues, la especificidad de cada una de las muestras de arte que llevamos vistas -pinturas de los navajo y alfombras de Corpus-, la finalidad de ambas es muy semejante, ya que en los dos casos forman parte de un ritual especí­fico.