En medio del alboroto desatado por el tema de la CICIG, creemos importante señalar que La Hora tiene la profunda convicción de que en el país existe una red de crimen organizado de tal dimensión y calibre que controla prácticamente todas las estructuras del poder y que todos los ciudadanos, tarde o temprano, pagaremos las consecuencias de esa preeminencia que tiene el mal sobre el bien. No estamos haciendo una campaña proselitista porque no es fácil sumar adeptos en un esfuerzo como el que estamos realizando.
Simplemente tenemos la convicción de que Guatemala merece un destino diferente, que el país tiene que hacer funcionales a sus instituciones rescatando su control para que la gente honesta sea quien tome decisiones y que pueda investigarse con alguna autonomía el papel que juegan los grupos paralelos para afianzar el imperio de la impunidad. Entendemos que para la mayoría de guatemaltecos, que viven el día a día y que tienen que librar sus batallas cotidianas para subsistir, este tema no es crucial porque, además, ya nos acostumbramos de tal forma que el control que sobre el Estado tienen los grupos paralelos ya ni nos inmuta. En el fondo todos sabemos que aquí la justicia no camina porque hay intereses poderosos que la controlan. Todos sabemos que la violencia e inseguridad es pan comido para algunos sectores. Todos sabemos que esas estructuras amasan fortunas incalculables con el contrabando y otras manifestaciones del crimen. Pero nuestra vida es así y ya nos acostumbramos, además de que la gente piensa que no vale la pena librar batallas inútiles.
Para nosotros no hay batalla inútil porque algún día nuestros hijos y nietos podrán ver un país libre del control que sobre todas las instituciones ejerce el crimen organizado. Sabemos que será una lucha muy difícil y riesgosa, pero necesaria en todo el sentido de la palabra y no nos asusta la soledad, puesto que hemos visto en el pasado que otros esfuerzos solitarios para enfrentar a esos grupos paralelos han dado algunos frutos.
El problema electoral hoy en día se convierte en una disyuntiva entre aceptar como inevitable la presencia de los grupos criminales en las estructuras de poder o una oferta para iniciar el rescate de las instituciones estatales. La gente en el fondo sabe cuánto daño nos hace la situación imperante y el control del mal sobre el bien. Los políticos de hoy tienen que tomar partido entre el bien y el mal porque quieran o no, ello será determinante cuando el elector acuda a las urnas. Nosotros no estamos a favor o en contra de ningún candidato, pero sí estamos definidos en cuanto a que no podemos estar en el bando de los que apañan y toleran el crimen.