Alberto Serra sensibilidad e imaginación


Grecia Aguilera

Es una aparente paradoja que Alberto Serra haya hecho de la fotografí­a su pasión. No obstante, la vida de este fotógrafo no vidente, es un ejemplo de perseverancia y tenacidad que no se restringue solamente a sentir el ambiente cercano que lo rodea o a escuchar sonidos familiares y rutinarios. En su mente no existen la oscuridad, las sombras, las tinieblas o la incertidumbre, porque en ella la imaginación es constante e ilimitada, es bondadosa y refulgente. Sus fotografí­as encuadran el reflejo de las personas tal como son; en esos retratos podemos observar el espí­ritu y el alma, el verdadero yo del retratado. Cuando se concentra en la creación de una fotografí­a, hace una conexión cerebral inmediata: luces y sombras, prismas chispeantes se cruzan en el subconsciente del fotógrafo. Y nos preguntamos ¿Adónde van sus ideas y percepciones? ¿Adónde van sus figuras concebidas y transformadas de siluetas y contornos a hermosas imágenes, fijas para siempre en el tiempo? ¿Adónde van los conceptos que capta en el instante? Definitivamente de su conciencia se transportan al espí­ritu, a los sentimientos, a la propia existencia de cada una de las personas que retrata. Es toda una experiencia fascinante convertirse en la persona elegida por Alberto Serra para ser fotografiada, porque no se trata solamente de una imagen como cualquier otra: se trata de una imagen que habla, siente, juega, ama, sonrí­e o llora; se trata de una imagen reveladora e insondable, la cual entrega en una lámina la esencia de cada quien. Alberto Serra dibuja con su mente; pinta un retrato inventado, lo conjuga con los reflejos del espí­ritu, toca el alma con sus dedos y envuelve y desenvuelve las emociones de las personas. Nuestra mente peregrina colmada de jardines mágicos, de silencios visuales, ansiosa de captar para siempre un celaje rosa o verdeazulado, de disfrutar con pasión un racimo de espléndidos tulipanes, va en busca de estampas, de reproducciones que le ilustren el pensamiento. El camino de Dios es largo, no así­ el de los seres humanos; por ello las fotografí­as son muy importantes, pues en ellas queda detenido y concentrado el pasado, el recorrido, la continuidad de la vida, la felicidad, la tragedia o la historia de los pueblos del mundo; las fotografí­as son misteriosas, llevan una hilación, un enlace, cada una es un eslabón, una pieza del rompecabezas del planeta, de cada familia, de cada persona. Así­ que captar la imagen en el tiempo es detener ese instante en la espiral de los vivientes. Inspirada en estos conceptos e impresiones sobre las fotografí­as, escribí­ un poema dedicado a estas imágenes que siempre van a ser una retrospectiva de nuestras vidas: «Acuarelas del tiempo/ enigmáticas fotografí­as/ recuerdos pasados/ detalles irreversibles/ como cual tornado/ se dibujan en la humedad del inconsciente./ í“leos modernos, pretéritos teatros/ de un instante intangible/ secretos que marcan/ el paso muy lento/ de un recuerdo inextinguible./ Acuarelas del tiempo/ enigmáticas fotografí­as/ a veces quisiera/ vivir de nuevo el momento/ estar dentro de ellas/ y evitar el paso del tiempo…/ los aborí­genes pensaban/ que absorbí­an el espí­ritu/ su creencia era muy cierta/ pues han cautivado las moléculas/ en mágica tormenta./ Acuarelas del tiempo/ enigmáticas fotografí­as/ como huellas van enseñando/ el camino cual poco a poco/ se ha recorrido./ Hay omisión de palabras/ sólo la imagen habla/ y aunque el deseo de gritar/ es irremediable/ se detiene ingrato/ en el sentimiento más inconsolable./ Acuarelas del tiempo/ enigmáticas fotografí­as/ muestran un ayer con historias sombrí­as/ algunas alegrí­as/ y demasiada melancolí­a./ Coloco sobre ellas crisantemos de amor.»