Albertina Cano


Mario Gilberto González R.

Albertina Cano es de esas madres anónimas ?como las hay tantas? pero que dejan huella de su paso por la tierra. Mi larga ausencia guatemalense no me permitió conocerla personalmente. La conocí­ por medio de fotografí­as, de conversaciones telefónicas, por el afecto que poco a poco se fue afianzando y sobre todo, por esa virtud que distingue a la mujer: su maternidad.

Muy joven sufrió el abandono del afecto. Su soledad la mitigaron tres bellas muñecas ?fruto de su amor? Judith Aracely, Glenda Marleny y Patricia. Su reciedumbre maternal y su coraje hicieron de ella la madre que responde con lucha y afán a los retos que da la vida. Y no fue en vano, porque las muñecas son hoy personas de bien.

«Cuando las madres oran, parece que mil luces se encendieran» nos dice con acento poético Watkins. Y cuando las madres cantan «las lágrimas ocultas no se ven a la claridad del Sol».

La madre es el más bello regalo de la vida afectiva. Todo lo da y a cambio no espera nada. Es también la primera maestra de la vida. Y la que guí­a los primeros pasos y aun habiendo cerrado los ojos fí­sicos, desde lejos sigue velando por sus hijos.

Su reciedumbre maternal, expresada en su cariño y en su responsabilidad, es el mejor ejemplo que lega a sus hijas. Y ellas ?en compensación? hicieron lo humanamente posible para prolongar su vida. Cada uno tenemos un lugar en la tierra y un tiempo limitado. El de ella llegó aun con el dolor desgarrador que ese momento conlleva.

Quetzalteca de nacimiento y antigí¼eña de corazón, quiso cerrar sus ojos en esa santa ciudad. Antigua la recibió para que repose en paz y disfrute del silencio y la paz, después de sufrir un doloroso quebranto que no pudo superar.

Mi hermano Roberto, también se prodigó en amorosos cuidados y como las hijas, sufre intensamente su partida. Sé que en su alma, hay en estos momentos, un inmenso vací­o.

Albertina, envolverá a sus muñecas en su amoroso seno y como un susurro les dirá: «No debes sentirte triste ni deprimida./ Yo estaba cansada de las/ frustraciones de la vida/ y necesitaba descanso./ no te acoses en preguntas o trates/ de encontrar la razón de ¿Por qué?/ La vida en la tierra para mí­ termina/ y mi tiempo de morir vino./ No pierdas el amor que te di,/consérvalo y hazlo crecer con/ tu devoción,/ compártelo donde quieras que vayas…»

Que el bálsamo de la resignación cristiana alivie el dolor de su partida y que su alma llegue en plenitud a la presencia divina.

Almerí­a, España, 3 de diciembre de 2007.-