El presente libro de Corbin es una obra que estudia la concepción y la historia de los olores. Si el lector no tiene idea de la importancia que ha tenido en la cultura el tema olfativo esta obra llega a tiempo para una buena iniciación. Semejante lector quedará maravillado a lo largo de las páginas porque la exposición de Corbin es abundante y bien documentada. Incluso para el ya iniciado en estos temas, el libro tiene la ventaja de mostrar un aparato crítico bastante extenso.
Luego de un preámbulo en la que el autor introduce ampliamente al lector, Corbin divide su trabajo en tres apartados gruesos titulados, La revolución perceptiva y el olor sospechoso; Purificar el espacio público; y, Olores, símbolos y representaciones sociales. Estos son, sin embargo, enormes capítulos para un estudio que tiene muchas subdivisiones importantes e interesantes, aquí algunos: Las emanaciones sociales; Las estrategias de la desodorización; La pestilencia del pobre; Los perfumes de la intimidad; Los olores de París; y, El aliento de la casa, entre otros.
Como se puede observar a simple vista, el libro es sugestivo e invita a la reflexión en un tema que casi para la mayoría de los lectores puede ser novedoso. Sin embargo, no todo en el texto es color de rosa. Hay capítulos que pueden resultar aburridos o soporíferos en la medida en que el autor utiliza un vocabulario especializado y hace un recuento histórico de los estudios realizados en Francia y en otros lugares de los olores. Aquí, Corbin se vuelve detallista y cita muchos textos en la que se va mostrando la evolución de la importancia de los olores desde el siglo V antes de Cristo hasta el siglo XIX.
En resumidas cuentas, el francés trata de explicarnos la importancia que han tenido los olores en el desarrollo de la humanidad y la relatividad con la que se han concebido. Así, aunque ha habido unanimidad en el rechazo a los malos olores, no siempre se ha llegado a un consenso sobre qué es en sí un mal olor. Es decir, el libro explica en que por ejemplo ha habido épocas en las que la importancia del baño diario y el uso de perfumes no han sido tan obsesivos como quizá ocurre hoy en algunos lugares. Hubo tiempos, dice el estudioso, en que se privilegió el olor natural del cuerpo.
El estudio de los olores, explica Corbin, nació quizá desde la época de Hipócrates, pero su explicación más de carácter científico surgió en el siglo XVII con Bacon. Curiosamente, lo que movió al estudio de los olores fue básicamente lo pútrido, lo insano y lo apestoso más que la búsqueda de lo agradable al olfato. Por esta razón se busca la explicación de lo pútrido de los cadáveres, el olor que despide el ambiente contaminado, los hospitales y, finalmente, el humor del cuerpo humano. Solo después que se descifra la naturaleza de semejantes olores, se desarrolla el estudio de los olores agradables al espíritu humano.
Si la parte de la historia de los olores y la explicación que descifra la naturaleza de éstos es aburrida, no lo es sin embargo el apartado que muestra la importancia que han tenido en el tiempo los buenos olores. Así, por ejemplo, el autor indica que en ciertos períodos se recomendaban pocas abluciones porque debilitan el deseo sexual. Nada mejor que el olor natural para provocar los deseos de la carne. El aura seminalis del macho, dice Corbin, atiza el deseo femenino, así como el de la mujer mantiene el apetito del hombre. «Es mediante el ’perfume mezclado de incienso y rosa’ de la ’sangre fresca del crecimiento’ que Fausto enloquece a las mujeres de palacio, golosas de su aliento».
«El olfato se vuelve el sentido de la anticipación amorosa, el deseo vago, que puede revelarse engañador cuando la vista aporta su precisión; son ejemplo a este respecto las desdichas de Don Juan, extraviado por el odor di femina de Elvira».
Estos olores son percibidos sólo por aquellos que saben aguzar el sentido y no tanto por los descuidados que los suelen ignorar. En tal sentido, el autor cita a un célebre religioso de Praga que era capaz de identificar el olor de las mujeres adúlteras o a San Felipe Neri que sabía reconocer a las almas destinadas al infierno, precisamente por sus olores.
El capítulo de ’los perfumes de la intimidad’ es interesante porque el autor desarrolla los cánones de limpieza del siglo XVIII y XIX y las consideraciones estéticas de ese período. Era una época en la que la mujer debía despertar el deseo sin traicionar al pudor, «tal es el papel que se otorga al sentido de oler en el refinamiento del juego amoroso que manifiesta la nueva alianza de la mujer con la flor». En ese momento, la teoría médica ordena vigilar la limpieza de manos, pies, axilas, ingles y órganos genitales.
Hundirse en el agua, sin embargo, constituye algo que debe hacerse con moderación, poniendo atención en la duración y temperatura según el sexo, edad, temperamento, estado de salud y estación del año. El baño en esos siglos, dice Corbin, no constituye una vulgar y cotidiana práctica de limpieza, es algo muy importante cuyo abuso puede provocar la preocupación de moralistas y ginecólogos. «Delacoux recuerda que la cortesana debe su infecundidad a sus excesos de aseo. Son numerosas, según comenta, las mujeres que han sido privadas de la alegría de ser madres debido a esos ’descuidos indiscretos’».
Con relación al uso del perfume, bajo la Monarquía Censataria, el hombre los evitará. De su persona sólo se desprende un vago olor a tabaco. El simbólico olor a limpio que emana de la ropa íntima, escribe el autor, es apenas perceptible. De igual manera ocurre con la mujer aun y cuando es convertida en insignia del hombre, investida de la misión de significar la posición y la riqueza del padre o el esposo.
«Durante la Monarquía Censataria sobre todo, la higiene del olfato, propalada por los médicos, incita a mantenerse fiel a la delicadeza de los mensajes, a atenerse a los perfumes suaves de la naturaleza y a huir de los pesados aromas animales del almizcle, el ámbar o la algalia. El tierno olor a mejorana que exhala la virgen es más suave, más embriagador que todos los perfumes de Arabia».
Estas son sólo algunas de las ideas que presenta el autor de muchas otras que por la naturaleza de este texto es imposible reseñar. Sin embargo, dejo al lector el deseo de adquirir el libro para un estudio más detallado. Puede comprarlo en el Fondo de Cultura Económica.