Al oí­do del Presidente electo


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Nuestro paí­s se encuentra inmerso en variadas y difí­ciles circunstancias. La credibilidad en lo público se encuentra por los suelos. La institucionalidad está pasando por su momento más complejo. La demanda de seguridad en un paí­s cuya población se caracteriza por la intolerancia, se constituye en uno de los retos más complicados, inclusive ahora superior a la intolerancia ideológica propia del conflicto armado interno. En lo externo, se avecina una crisis económica que podrí­a ser de impactos negativos superior a la que el mundo en desarrollo enfrentó en 2008. Señor Presidente electo, estas son tan sólo unas cuantas de las situaciones a las que usted se verá obligado a enfrentar en breve. Si me permite, ya que tengo la ocasión, amplio estas cuestiones.

Walter Guillermo del Cid Ramí­rez
wdelcid@yahoo.com

 


El teatro del conflicto, como se emplearí­a el término a la usanza de su trabajo por más de 30 años dentro de la institución armada, está compuesto de múltiples y complicadas variables. Por una parte se hace necesario un replanteamiento más allá de lo fiscal, presupuestario y económico para enfrentar las secuelas de una desnutrición de un conglomerado importante de nuestra población. En otro ángulo, en la escenografí­a de esta descripción, no contamos con la institucionalidad que permita llegar con amplio despliegue a hacerse cargo de las complejas tareas en materia de resguardo fronterizo, seguridad ciudadana, educación, salud y desarrollo en general. Y lo peor, como usted sabrá, con una fuerte desconfianza por parte de la población hacia las instituciones encargadas de tales funciones. Es decir en este ángulo del escenario, no hay suficiente plata para dotar a todos los actores de los recursos necesarios para el cumplimiento de su cometido y peor aún, éstos no gozan de confianza para hacernos sentir que en efecto lo hacen bien, con arrojo y honradez.

Pero inmediatamente a la par de este escenario, es decir dentro del público espectador (el que vive, contempla y padece el teatro del conflicto) se sucede una enorme pugna entre el deseable armonioso desenvolvimiento y las luchas intestinas por sobresalir, a veces, muchas veces, atropellándose mutuamente, lastimando y ofendiendo de manera pertinaz y lacerante, como las secuelas de las lluvias del último invierno, constantemente y sin más miramiento que la satisfacción propia y egoí­sta de los intereses de cada quien. Ante esta intolerancia, más las deficiencias de los pomposos pero inoperantes sistemas de justicia e investigación de nuestro paí­s, la impunidad campea, la intolerancia se incrementa y como consecuencia delinquir se hace “fácil”, complicando así­ cualquier visión de lucha contra la criminalidad (en cualesquiera de sus múltiples variedades).

Ante estas debilidades se ha hecho presa fácil todo nuestro territorio para las actividades ilí­citas jamás concebidas antes a ser desenvueltas prácticamente en nuestras propias narices. Desde el contrabando de enseres hasta el abuso y tráfico de personas. Desde el trasiego de armas y municiones hasta las más insospechadas sustancias que embrutecen la mentalidad de unos consumidores cuyo número también está en aumento, locales y extranjeros. Ante estas circunstancias, la desesperación por hacerse de bienes y sustancias que “aligeren” la vida se hace más persistente, en razón de ello la delincuencia se incrementa y la bestialidad aplicada a las ví­ctimas también se ensaña con más cruentas manifestaciones.

Y al ver hacia afuera, las grandes economí­as se desploman por la voracidad de un capital financiero que irrespeta aún sus propias reglas de “libertad” del individuo. Rompiendo cualquier marco normativo y sumiendo globalmente al mundo contemporáneo en una de las mayores crisis cuyas repercusiones apenas empezamos a vislumbrar. Así­ la cooperación internacional se verá constreñida y tendremos que aprender a caminar con nuestros propios recursos. Y entonces, se le presentarán otras complicaciones en este difí­cil manejo del poder. Lamento expresar que el futuro del cambio prometido no se vislumbra tan prometedor. Es en realidad complejo y lleno de presuntuosas obstinaciones nacionales y extranjeras. Nos esperan momentos difí­ciles, pero lo más complicado quizás sea ver la indiferencia de una ciudadaní­a ausente. Llegamos a ser tan sólo un conglomerado que exige, que reclama, pero que difí­cilmente aporta, contribuye y se compromete. ¡Qué desafí­os más grandes le esperan a usted y a su equipo de trabajo, Señor Presidente!