Al diablo las medicinas


El señor Carlos Castresana ha insistido en que el caso de Guatemala es similar al de un paciente enfermo de gravedad que tiene que tomar medicinas para curarse. Los medicamentos adecuados están contenidos en recetas que han sido entregadas a los poderes del Estado para que los administren con la urgencia que reclama la gravedad del enfermo, pero desde Europa nos llega otra voz de alarma del mismo comisionado de la CICIG que lamenta que al enfermo no le están dando sus medicinas.


En efecto, lo que el comisionado contra la Impunidad en Guatemala ha detectado como sí­ntomas graves del mal, sigue allí­ sin que nadie mueva un dedo para corregirlo. Del diente al labio todos dicen atender los llamados de la CICIG y tanto en el Ejecutivo como en el Congreso y la Corte Suprema de Justicia, hablan prolijamente de las acciones que deben implementarse para atender el llamado de Castresana, pero a la hora de la verdad, cuando hay que rajar ocote, nadie mueve un dedo. Y es que no es fácil repudiar públicamente a la CICIG y su empeño por construir un sistema de justicia diferente en Guatemala; es más, en su reciente viaje a Estados Unidos, el presidente Colom dijo que habí­a que prolongar el mandato de la Comisión porque en el año y pico que le queda no podrá concretar todo lo que debe hacerse para sentar las bases del fin de la impunidad. Pero una cosa es el discurso, que alegra el oí­do de cualquiera porque es obvio que Guatemala es un paciente que requiere de cuidados intensivos y de cirugí­a mayor, y otra muy distinta el comprometerse realmente para erradicar males que dañan al paí­s, pero que son muy lucrativos para importantes e influyentes sectores. Sin impunidad no habrí­a tanta evasión fiscal, ni habrí­a tanto contrabando, ni habrí­a corrupción, ni habrí­a tráfico de drogas y expresiones brutales del crimen organizado que es una gran industria en nuestro paí­s. Quienes viven de las ganancias de esos delitos no están dispuestos a perder la ventaja que las da un sistema corrupto y por ello recurren a la práctica de sobornar más a los que gobiernan para que no vayan a cometer el desaguisado de darle alguna medicina al enfermo. No quieren que el enfermo se muera, pero tampoco quieren que se componga, que se cure. Porque tiene que estar vivo para que sigan hartándose con la corrupción tan desmedida pero lo suficientemente débil como para que no vaya a tener un aire con remolino y decida un buen dí­a librarse de los tumores cancerosos. Por ello, al diablo las medicinas y a seguir entreteniendo la nigua.