El ajedrez, practicado por las grandes figuras del mundo que a veces ven en este juego un terreno de entrenamiento para la estrategia militar, puede ser mal utilizado con fines políticos propagandísticos, como lo demuestra una exposición en Bonn (oeste).
Bajo el título de «Jugada a jugada. Ajedrez, sociedad, política», los autores de esta exposición, que se extenderá hasta el 11 de febrero de 2007 y es organizada por la Casa de la Historia de la República Federal de Alemania, dirigen sobre todo su mirada a la historia de los fracasos del siglo XX, pasando revista al comunismo, el nazismo y la Guerra Fría.
Entre las piezas más emblemáticas figura el tablero en el que jugaron «el partido del siglo» el estadounidense Bobby Fischer y el soviético Boris Spasski, durante la final en 1972 del campeonato del mundo de ajedrez, en Reykjavik (Islandia).
Jugado con extremada tensión y bajo los ojos del mundo entero, este enfrentamiento en la cumbre durante la Guerra Fría se saldó con la retirada sorpresiva del ruso, que defendía el título mundial, frente al estadounidense.
«Ese día, Bobby Fischer dio un golpe a toda la escuela soviética de ajedrez», evoca el ex campeón Viktor Kortchnoí¯, quien vino para participar esta semana en la inauguración de la muestra en Bonn.
«Los soviéticos estaban convencidos de que el ajedrez sólo podía alcanzar su más alto nivel en un país comunista», agregó el ex campeón, quien fue también protagonista de un partido altamente político, tras haber huido al oeste en 1976, cuando enfrentó al maestro soviético Anatoli Karpov en 1978.
Con sus figuras simbolizando diferentes funciones sociales –peones, caballos y otros «alfiles» (que los anglosajones llaman «obispos»)–, el arte del ajedrez fue reclamado por la propaganda, por los movimientos políticos, por los Estados totalitarios.
La exposición de Bonn muestra así un tablero de ajedrez y sus piezas fabricados en Leningrado en los primeros tiempos de la Revolución Bolchevique, con los «proletarios» por un lado, entre los que el rey está provisto de un martillo, y los «capitalistas» del otro, entre los que los caballos negros llevan una máscara de muerte.
En Europa occidental igualmente, a comienzos del siglo XX, el ajedrez había sido adoptado por los movimientos socialista y comunista.
«Trabajadores, aprended a jugar al ajedrez, preparaos intelectualmente para la lucha de clases», exhortaba a finales del siglo XIX el teórico del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), Wilhelm Liebknecht.
Un poco más tarde, en el otro extremo de lo que hoy se denomina el ajedrez político, los nazis se habían apoderado asimismo de un entretenimiento que ellos habían elevado a la categoría de «juego nacional de arios».
«En esos duros tiempos de guerra, aprendamos a utilizar todas las virtudes del más real de todos los juegos (…), por nuestro amado Fuehrer y por la Gran Alemania», proclamaba en su tapa un número de 1939 de la revista «Eco del ajedrez», expuesto en Bonn.
Pero después de todo, en materia de jaque y mate, se trata de un juego, evocaron los organizadores.
En la carpeta de prensa incluyen una cita del diplomático y teórico estadounidense de la Guerra Fría, George F. Kennan (1904-2005) quien fue un aficionado también al ajedrez: «Muchos de los que toman parte en el ajedrez de la política mundial son en realidad peones».