Sigue siendo célebre la frase que usó el estratega demócrata James Carville para explicar el triunfo de Clinton sobre Bush, el padre, en las elecciones de 1992. «Es la economía, estúpido», dijo Carville al hacer ver que la gente había votado tomando en cuenta la situación económica del país, el alto déficit fiscal y el estancamiento general de la prosperidad. Hoy, al día siguiente de la sonora derrota sufrida por los republicanos en las urnas, perdiendo el control de la Cámara de Representantes, al menos el control de la Gobernación de seis Estados y posiblemente hasta el control del Senado, la explicación tendría que ser, parodiando a Carville, «es la guerra, estúpido.»
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Cierto es que son muchos los factores que pesan, puesto que bajo la administración de Bush hijo el país ha alcanzado un déficit fiscal sin precedente en la historia, al mismo tiempo que los cacareados valores morales de los republicanos se hicieron añicos en una sucesión de escándalos que dejan a Bill Clinton, con todo y la Lewinsky, como niño de primera comunión. Pero nada pesó tanto en el ánimo de los electores como el mal curso de la guerra en Irak y la certeza de que el gobierno terminó metiendo al país en una aventura sin salida por puro capricho y ceguera del trío compuesto por el mismo Bush, su vicepresidente Chenney y el secretario de Defensa Rumsfeld.
Si a Clinton estuvieron a punto de derrocarlo mediante el procedimiento del juicio político (impeachment) por haber mentido cuando trató de ocultar su amorío con la pasante de la Casa Blanca, es obvio que ahora que los demócratas tienen el control del Congreso habrá al menos una investigación sobre una de las mayores mentiras de la Historia, la pregonada por la administración norteamericana para justificar la guerra, diciendo que tenía pruebas de la existencia de las armas de destrucción masiva en Irak. Esas armas nunca aparecieron y cínicamente Bush se limitó a decir que como comandante en jefe asumía la responsabilidad de la mala interpretación de los informes de inteligencia. Pero la verdad es que se engañó al Congreso, a la prensa y al público de Estados Unidos, a la ONU y al mundo entero, por lo que no hay ni comparación entre la mentira de Clinton al ocultar sus amoríos con la falacia de Bush que sigue costando miles de vidas.
Los demócratas no podrán hacer mucho para terminar la guerra en Irak porque hay que reconocer que Bush metió al país en un laberinto sin salida. Una retirada a estas alturas hundiría más a ese país del Golfo Pérsico en una profunda guerra civil, pero la permanencia de las tropas no es garantía para impedir que entre chiítas, suníes y kurdos se terminen matando de todos modos. Bush tiene aún dos años para buscar una salida a la crisis que él mismo causó y después la heredará, casi seguramente, a un gobierno demócrata que no la tendrá fácil porque el error cometido por esos tres chiflados va a tener efectos durante muchos años.
El capital político que Bush dijo haber acumulado al reelegirse y que estaba dispuesto a empezar a gastar, se le acabó mucho antes de lo previsto. Para un político tan arrogante como él, este revés tiene que ser uno de los golpes más duros de asimilar porque evidencia que su pueblo le ha abandonado y que de aquel respeto que se ganó como líder de la guerra contra el terrorismo, no le queda más que la simpatía de los más fanáticos republicanos. El resto del pueblo se acordó de James Carville y en esta ocasión dijo: Es la guerra, estúpido.