Apenas superado el «bombazo mediático» que causó con la liberación de los marinos británicos, el presidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad, volvió al primer plano esta semana al anunciar que su país entró en el club nuclear y reavivó los temores de la comunidad internacional.
Ahmadinejad, declaró el lunes pasado que Irán «se unió a los países que producen combustible nuclear a escala industrial», en un discurso ante la prensa extranjera en la planta de Natanz.
Esa fue su anunciada «buena noticia», justo cinco días después de su «regalo» a Gran Bretaña, cuando anunció, también ante los periodistas, la liberación de los 15 marinos acusados de haber entrado en sus aguas del Golfo.
La «bomba mediática de Ahmadinejad sorprendió al mundo entero», dijo entonces la propia televisión iraní, mientras todo el mundo contemplaba las imágenes del presidente con los soldados.
Desoyendo a las Naciones Unidas, que le amenazan con más sanciones si no deja de enriquecer uranio, el líder insiste en llevar adelante su controvertido programa nuclear, «un tren sin frenos ni marcha atrás», según sus palabras, y repite que sólo persigue fines energéticos y no armamentísticos.
Irán «no autorizará a determinadas grandes potencias brutales a obstaculizar su progreso», dijo este lunes al dar un nuevo golpe de efecto, un hombre que apareció también inopinadamente en el primer plano de la escena internacional.
Fue hace dos años, cuando pasó contra pronóstico a la segunda vuelta de las presidencias del 2005, y allí impidió la reelección de Akbar Hashemi Rafsanjani.
El hijo del herrero, nacido en un pequeño pueblo de la provincia de Semman (este de Teherán) en 1956, fue a la capital para cursar Ingeniería Civil, y tras desempeñar algunos cargos en provincias, el brillante estudiante islamista regresó a Teherán en 1997 para doctorarse.
Enseñó en la universidad y en el 2003 se hizo alcalde de la capital, donde sus políticas populistas lo hicieron célebre entre las clases desfavorecidas, más allá de la ciudad, y de ahí a presidente.
A los iraníes convenció con un mensaje en el que mezcla el nacionalismo con los ideales religiosos, promesas de inversiones que algunos analistas critican por inflacionistas, y siempre con la mira en occidente.
Desde ese otro campo, la jefa de la diplomacia estadounidense, Condolezza Rice, dijo esta semana: «No buscamos iraníes moderados, buscamos iraníes razonables».
Estos dos últimos años, el presidente iraní ha recorrido el país multiplicando sus discursos, a veces varios en un sólo día, en remotas provincias donde se presenta como alguien de la calle.
De hecho, sólo luce traje para la rueda de prensa de los miércoles. Pero acapara focos permanentemente por sus provocaciones.
Sobre Israel dijo que debería «ser borrado del mapa» y que el Holocausto es un «mito». A Bush lo retó a un debate televisivo, con motivo de la visita que hizo a la sede en Nueva York de las Naciones Unidos el año pasado.
En ese plató central del escenario internacional será donde se dirima ahora cuáles son las consecuencias del último desafío de Ahmadinejad, que Rice le resumió en términos económicos: «Que calculen los costos con respecto a los beneficios».