Sin asombro, pero con un golpe inesperado, alguien tocó el vidrio del carro. Un nudo se armó en el estómago y en un acto de inercia, pero sin lograr suprimir el miedo, cada quien sacó su celular. Las amenazas no cesaron y el semáforo cambió a color verde.
Ellos, los otros, corrieron lo que pudieron, alejándose de los autos, de la calle, de nuestra vista –quizás–, e incluso de los agentes de Emetra que se encontraban a unos metros del lugar. Corrieron hasta que desaparecieron.
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Pero en realidad no iban muy lejos, en otros rostros y ante otras víctimas la historia se repitió a lo largo del tiempo, y en una especie de tragedia, la sociedad fue desfalleciendo arrepentida ante la desesperanza y el acostumbramiento a la violencia.
Aún sin estadísticas claras del total de celulares robados, sin datos precisos de la cantidad de aparatos que son revendidos en el mercado negro, y de las muertes que por este tipo de robos se desprenden, hay a nuestro alrededor, con familiares y amigos, un vasto número de historias que ponen en relieve la magnitud del problema.
Pero más allá de números y críticas sobre la ineficacia del sistema para enfrentar estos delitos, hay un sinfín de personas afectadas, miles de denuncias que llegan al Ministerio Público, solo como parte de un trámite para adquirir un nuevo aparato telefónico.
No tiene sentido adquirir una y otra vez eso que tanto buscan los ladrones, pero ¿qué pasará el día en que un asaltante toque el vidrio o nos encañone en la calle y no tengamos algo que darle? Seguro su furia se descarga sobre nosotros.
Probablemente denuncias por robo de celular haya miles y miles en la Fiscalía, pero hasta la fecha no se ha sabido sobre el procesamiento de una banda –o al menos una persona– dedicada a este tipo de ilícitos.
Es probable que todos los esfuerzos estén volcados en la desarticulación de estructuras de narcotráfico y crimen organizado, pero también es sabido que es en la falta de solución de los conflictos menores, que inicia el efecto dominó en la percepción de inseguridad.
Así como unos agujeritos en el casco de un barco pueden hundirlo, así, los robos en la calle, pueden alterar la percepción que tenemos de seguridad, y con ello botar de tajo los logros que se hayan obtenido en los últimos años.
Y una sociedad insegura, es una sociedad llena de caos, con convulsiones que entre la impunidad y la corrupción no logra consolidar su democracia y está a diario expuesta a caer en un vacío que cada vez parece más profundo.
Me pregunto si al Presidente y a sus ministros, a los diputados o a los magistrados de las cortes les dará miedo salir a la calle y morir por algo tan simple y absurdo como un celular.
Me pregunto en qué piensan cuando según el caso, se emocionan al promocionar una ley y normativas que meses después no sirven porque nadie las cumple, al no haber una autoridad que logre que se respeten, pero que son utilizadas como burla por los malhechores, que en su insistencia o necesidad de delinquir parecen ser más tenaces que quienes están en el poder.