Transcurridos más de dos meses desde el golpe de Estado en Honduras, Estados Unidos decidió endurecer su postura y no sólo canceló la ayuda económica a ese país, asistencia que no llega a tener cifras en realidad impactantes como para hacer tambalear al gobierno, sino que advirtió que no reconocerá al gobierno que surja de elecciones realizadas bajo el régimen de facto.
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En realidad esto último es el cambio más marcado que se produce porque la expectativa del gobierno actual de Honduras ha sido que mediante la realización de elecciones se pueda minar la postura de Zelaya bajo el argumento de que el pueblo procedió a elegir libremente a sus autoridades. Importante será ver la reacción de los dos principales candidatos a la Presidencia ante la perspectiva de triunfar y no lograr reconocimiento internacional, lo que prolongaría la crisis política por mucho tiempo.
Micheletti, sin embargo, no ha dado muestras de titubeo ante el endurecimiento de la postura norteamericana y más que eso ha pasado a la ofensiva, afirmando que Washington se paró alineando con Chávez y con serios ataques contra el mandatario de Costa Rica por su propuesta de mediación que ellos descalifican por completo.
Pienso que si bien la más enérgica postura de Washington pone presión al gobierno hondureño, no es aún factor suficiente para provocar una salida al golpe. La supresión de visas a los otros funcionarios del gobierno de facto es algo que éstos ya daban por sentado y por lo tanto tampoco tendrá el impacto deseado, por lo que cada vez se hace más importante la iniciativa del gobierno de República Dominicana de excluir a Honduras del Tratado de Libre Comercio como factor que puede conmover al sector productivo de ese país centroamericano que ha sido puntal en el apoyo a Micheletti.
Hace varias semanas comenté que a Zelaya se le estaba engí¼erando la lucha porque no se veían avances importantes en el frente interno y ese sigue siendo, creo yo, el factor esencial para impedir su retorno. Mientras Zelaya no cuente con sólidos respaldos en la opinión pública de su país y no se produzcan reacciones importantes, el poder que detenta Micheletti basta y sobra para prolongar la situación hasta que se den las elecciones y se termine invistiendo al presidente que salga electo en esos comicios que, por lo visto, únicamente serán avalados por el Tribunal Supremo Electoral de Guatemala y serán vistos con total y absoluta indiferencia por la comunidad internacional.
Cierto es que la hasta ayer ambigua posición del Departamento de Estado era de alguna manera un alivio para el régimen hondureño y ahora las cosas cambiaron radicalmente porque ya hay una definición que no se limita a exigir el retorno de Zelaya, sino que además advierte el no reconocimiento del gobierno que surja de las elecciones que se practiquen en el marco de un gobierno de facto. Pero da la impresión de que Micheletti no se amedrentó y que, por el contrario, él y quienes le apoyan están dispuestos a desafiar al gran poder que ha sido determinante históricamente en esta región. Un golpe de Estado en Centroamérica sin la bendición norteamericana siempre se consideró como condenado al fracaso y hay abundantes antecedentes que lo demuestran, pero evidentemente los tiempos han cambiado y lo que pase en Honduras será determinante.