Agua contaminada y escasa


El acentuado deterioro en la calidad y cantidad del agua, marcha fatalmente, mucho más rápido que nuestra capacidad para emprender acciones efectivas de mitigación. En breve tendremos suelos sin capacidad de retención de nutrientes, mantos acuí­feros que desaparecen y un bosque que vivirá sólo en las imágenes capturadas por fotografí­as de hoy, que serán parte del paisaje (en recuerdos) que a las futuras generaciones les tocará contemplar. Si no hacemos algo para paliar y en cierta medida «detener» el uso poco racional de este recurso FINITO, es decir que se puede agotar, pronto la conflictividad del agua será un tema más al conjunto de situaciones que agravan nuestra convivencia.

Walter del Cid

En el poema teológico de Dante Alighieri, La Divina Comedia, éste describe su tránsito por el infierno, el purgatorio y finalmente el cielo. En ese orden. Y el mensaje al que arriba en su descripción de los diez niveles del infierno, se puede resumir al señalar que cada castigo se ajusta a la naturaleza de la falta del personaje que encuentra en cada uno de estos niveles (9 cí­rculos del infierno y su antesala, el anteinfierno). Repito: «Cada castigo se ajusta a la naturaleza de la falta».

Con ese antecedente se ha sólido indicar que aquellas aflicciones y problemáticas prevenibles, pero que al final se producen, con resultados de tipo catastrófico, como las guerras, las hambrunas, la escasez, son cuadros «dantescos» por el impacto que producen en el observador. Y la depredación, así­ como la aniquilación de toda expectativa, de toda esperanza en las ví­ctimas de aquellos fatales escenarios de dolor, de limitaciones, de padecimientos.

Con nuestra negativa a encarar el necesario debate para emplear el agua de manera racional, estamos condenando nuestro futuro inmediato a un entorno que se habrá de presentar cada vez más hostil, más severo. En primer lugar, como en toda pirámide poblacional, afectará a la base, a los más necesitados. Sin embargo, el í­ndice de contaminación de la casi totalidad de fuentes de agua es tal, que además de impactar en la calidad de vida, habrá influir, en su momento en los í­ndices de productividad y en los volúmenes de las exportaciones del azúcar.

Cuando ese fenómeno de tipo comercial se presente, entonces veremos cómo mucha gente «pondrá el grito en el cielo» y a la brevedad se hablará de la necesidad de reactivar cualquiera de los nueve proyectos de ley que han visto la luz en el parlamento nacional, pero que lamentablemente no han podido tornarse en ley. Entonces también veremos cómo las apasionadas defensas de algunas comunidades del altiplano del paí­s, tenderán a silenciarse, pues hasta ahora han sido objeto de una de las más habilidosas campañas de manipulación que han impedido que pueda contarse con regulaciones del vital lí­quido.

Alguien me podrá contradecir indicando que si a la fecha no ha sido necesaria una regulación en esta materia, que es mejor que el Estado permanezca al margen de esta situación. Sin embargo, sostengo que no es «dejando de hacer, dejando pasar» como un recurso que cada vez se agota más y más, como se encara su adecuado empleo. Si no se pone cierto tipo de orden en el manejo del agua, estamos condenándonos a perder toda posibilidad de garantizar su uso. Estamos forjando con nuestra desidia y desinterés, el infierno que nos asolará cuando la escasez sea aún más acentuada. El castigo ajustado a la dimensión de nuestra indolencia colectiva.

De alguna manera y a pesar de los esfuerzos frustrados del pasado, aún estamos a tiempo. Aún es posible abrir la discusión para proponer la mejor manera de regular su uso y garantizarle su utilización por mucho tiempo. Aun es factible discutir sobre el tipo de mecanismos que deben existir para que se produzca una regulación que todos, sin excepción, todos, respetemos. De otra manera, si no se socializa ampliamente una normativa en esta materia, estará condenada a no observarse, pues las leyes por sí­ mismas no resuelven lo regulado en ellas. Es su acatamiento lo que garantiza su eficacia.