Adicción a videojuegos destruyó su vida


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En el peor momento de lo que ahora considera una adicción, Ryan Van Cleave hací­a cola en la caja de alguna tienda de abarrotes, a fin de pagar la leche, el pan y la comida para sus hijas pequeñas cuando, en una fracción de segundo, se salí­a de la realidad y pensaba que estaba viviendo en un juego de video.

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Por TAMARA LUSH SARASOTA / Agencia AP

Parece una locura, pero él dice que es verdad. Algo llamaba su atención —quizás el movimiento de otra persona, a quien alcanzaba a ver con el rabillo del ojo cuando seleccionaba algún producto de la tienda_, y Van Cleave se sentí­a mental y emocionalmente transportado a otro mundo.

Sentí­a que estaba en World of Warcraft, su videojuego favorito.

Lo jugaba cada noche, cada dí­a, y a veces durante todo el fin de semana. El movimiento repentino de alguien en la tienda desencadenaba en Van Cleave una reacción similar a la que experimentaba frente a la pantalla de la computadora, cuando enfrentaba a dragones y monstruos, incluso por 60 horas a la semana.

Su corazón latí­a a tope. Su respiración se aceleraba.

El padre treintañero tení­a que hacer un gran esfuerzo para tranquilizarse y volver a la realidad. Al menos, a su realidad.

Y es que World of Warcraft comenzó a trastocar toda la vida de Van Cleave: la relación con su esposa y con sus hijos, así­ como su empleo como profesor universitario de inglés.

Antes de impartir sus clases o por las noches, mientras su familia dormí­a, Van Cleave pasaba horas frente a la pantalla, jugando. Solí­a comer ante la computadora. Preferí­a los burritos calentados en el horno de microondas, las bebidas energéticas o cualquier otro alimento que pudiera sujetar sólo con una mano, a fin de que la otra quedara libre para manipular el teclado y el «ratón».

El vivir dentro del videojuego le parecí­a preferible a la vida cotidiana, particularmente porque, en esta última, se la pasaba peleando con su esposa, quien le reclamaba por el tiempo que dedicaba a la computadora.

«Jugar World of Warcraft me hace sentir como Dios», escribió Van Cleave. «Tengo todo el control y puedo hacer lo que quiero, sin muchas repercusiones reales. El mundo real me hace sentir impotente… una falla de computadora, un niño llorón, una baterí­a de celular agotada. La distracción más pequeña en la vida cotidiana me quita poder».

Pese a pensamientos como éste y a los episodios de disociación de la realidad en los supermercados, Van Cleave no creí­a tener problemas para mantenerse en la vida real. Pero los tení­a, y pronto llegarí­an las consecuencias.

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Van Cleave creció en un suburbio de Chicago. Fue hijo adoptivo y se sentí­a un intruso en su propia casa y en el mundo, recordó. De niño, le interesaban particularmente las guitarras y las computadoras.

En la secundaria, cada año deparó juegos más emocionantes con mejores gráficos. Sus padres le compraban los juegos porque éstos parecí­an atraer a todos los adolescentes. Además, el joven tocaba la guitarra en un grupo, de modo que los videojuegos no constituí­an su única actividad.

Luego, Van Cleave llegó a la universidad.

«Jugar 15 o 20 horas a la semana cuando estás en esa etapa no es mucho», dijo Van Cleave, quien se graduó en inglés de la Universidad del Norte de Illinois. «El problema ocurrió después de eso, cuando entré al mundo real».

Cursó una maestrí­a y un doctorado en escritura creativa en la Universidad Estatal de Florida. A finales del 2003, se le ofreció el empleo de sus sueños, impartiendo clases en la Universidad de Clemson, en el sur de California.

Su esposa Victoria estaba embarazada por vez primera. El matrimonio no planificaba tener hijos aún y Van Cleave reconoció que lo conmocionó la idea de convertirse en padre.

Ambos llegaron tarde a la primera prueba de ultrasonido porque Van Cleave estaba jugando Madden Football en la computadora.

Fue en esta época que World of Warcraft (WoW) llegó a su vida.

Van Cleave terminó jugando un fin de semana entero. Se la pasaba pegado a la computadora mientras su familia dormí­a o cuando sus padres llegaban de visita y jugaban con su hija.

Victoria relató que se sentí­a «asqueada» y abandonada.

«No podí­a creer que alguien prefiriera una familia virtual a una real», dijo.

Un motivo por el que Van Cleave se sintió tan cautivado por WoW es que el juego ofrecí­a diferentes perspectivas. Antes, la mayorí­a de los juegos en los que participaba Van Cleave contaban sólo con una vista desde el aire, como si un ave percibiera la acción. En WoW, un jugador puede hacer acercamientos y desplazamientos, y mirar una escena exactamente como lo harí­a un humano en la vida real.

Tres años después de que comenzó a trabajar en Clemson, la vida de Van Cleave comenzó a desmoronarse. Sus cuatro perros murieron, por causas diversas. Su esposa volvió a quedar embarazada. Luego, Van Cleave comenzó a tener la impresión de que no le simpatizaba a otros profesores, quienes querí­an que se fuera.

Sin embargo, no trató de solucionar sus problemas. En vez de ello, liberó su ansiedad en WoW, un mundo virtual que podí­a controlar.

«Lo único que representaba algo significativo en esa época era WoW. Me aferré a eso para vivir», escribió.

Para millones de personas que practican este juego, WoW es difí­cil de resistir.

Los jugadores crean un «avatar» o personaje virtual, que se desenvuelve en un ambiente creado por gráficos increí­blemente realistas. El jugador se siente como la estrella de una pelí­cula de ciencia ficción, y el juego no termina, sino que siempre va escalando de nivel e incorporando versiones, aventuras y personajes.

«Siempre habí­a algo mejor y más interesante», dijo Van Cleave. Uno nunca puede tener suficiente dinero virtual, suficientes armaduras, suficiente apoyo. Hay que seguir».

La productora de WoW, Blizzard Entertainment, se negó a emitir declaraciones sobre el caso.

En los últimos cinco años, han surgido noticias de gente que se siente agotada luego de jugar 50 horas seguidas, de adolescentes que han matado a sus padres por quitarles los videojuegos y de progenitores que no atienden debidamente a sus niños por estar todo el tiempo ante la computadora o la consola.

No hay investigaciones psiquiátricas suficientes, y algunas autoridades niegan que los juegos sean adictivos.

Pero Van Cleave insiste en que su adicción era similar a la que sienten quienes apuestan dinero hasta perderlo todo.

En el 2007, cuando nació su segundo bebé, Van Cleave jugaba unas 60 horas a la semana.

Unos meses después, Clemson no le renovó el contrato. Aceptó un empleo por un año en la Universidad George Washington, impartiendo una hora semanal, lo que le alegró en el fondo, pues tení­a más tiempo de jugar y de olvidarse del deterioro en la situación laboral.

Gastó el poco dinero que ganaba en más juegos, y compró dos nuevas computadoras, para apreciar mejor los gráficos.

En el 2007, Van Cleave tení­a tres cuentas distintas de WoW, cada una de las cuales cuesta 14,95 dólares mensuales. Abrió una cuenta secreta en PayPal para pagar dos de las suscripciones al juego sin que su esposa se enterara.

Gastó 224 dólares —en dinero auténtico— para comprar oro virtual, de modo que pudiera aprovisionar a su avatar con un «sable de nivel épico» y una «armadura de primera clase».

Comenzó a cambiar su personalidad.

«Cuando los hechos de la vida real interrumpí­an lo que él hací­a en el juego, enfurecí­a muy pronto por ello», recordó Rob Opitz, su mejor amigo de la secundaria, quien viví­a en otro estado pero jugó WoW con él durante años.

Van Cleave estaba a punto de tocar fondo.

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Era el 31 de diciembre del 2007. Van Cleave estaba a la mitad de su contrato como docente en la Universidad George Washington. Se encontraba de pie sobre el puente Arlington Memorial. Pensaba en saltar al agua gélida.

Habí­a jugado durante 18 horas consecutivas y no se sentí­a bien. Dijo a su esposa que saldrí­a a comprar un medicamento, pues le dolí­a la garganta. Pero su malestar no era sólo fí­sico.

«Mis hijos me odian. Mi esposa amenaza otra vez con dejarme», escribió Van Cleave en su libro. «No he escrito nada en incontables meses. No tengo planes para el próximo año lectivo. Y estoy eternamente agotado por no dormir para jugar más Warcraft».

Aquella noche representó la primera vez que Van Cleave reconoció que tení­a un problema.

Se alejó de la barandilla del puente, se marchó a casa y borró el juego de su computadora.

Durante la semana siguiente, sintió jaquecas y dolor de estómago. Estaba bañado en sudor, como un adicto al que se le retira una droga.

Le fue muy difí­cil alejarse de WoW, pero no lo reinstaló en la computadora. Comenzó a reconstruir su vida, la real.

«No le creí­a», dijo su esposa. «Habí­a oí­do lo mismo antes, y no confiaba en que él pudiera parar».

Aceptó trabajos independientes, escribió poemas y libros para adultos jóvenes. Narró la historia de su adicción, en un libro titulado «Unplugged» (Desconectado) y publicado el año pasado.

En el 2010 fue contratado como profesor de inglés en la Escuela Ringling de Arte y Diseño en Sarasota. Compró una casa junto con su familia.

Pero incluso cuatro años después de que dejó de jugar, Van Cleave piensa en War of Warcraft. Y tiene sueños recurrentes.

Sueña que encarna a uno de sus antiguos personajes en el mundo virtual. Cuando despierta, bañado en sudor y con la respiración agitada, siente siempre el mismo impulso de correr hacia la computadora y jugar.