Creo que ya van varios libros que en este espacio se comentan de Adela Cortina, pero creo que en ninguno se ha dado a conocer quién es ella. Para terminar con semejante acto de omisión empiezo ahora revelando su identidad. Cortina es una filósofa española dedicada al estudio de la disciplina ética. Es una autora relativamente prolífica cuyo propósito, según se rescata en sus libros, es orientar a la humanidad hacia el goce de una vida digna, moral y, como dice ella, felicitante.
La autora, que por otro lado estuvo en Guatemala el año pasado, no toma como fundamento de su explicación ética a la religión, que dicho sea de paso estima «saludable» al proponer itinerarios de felicidad, sino a la razón en cuanto capaz de descubrir «lo mejor» en un plano de diálogo con los demás. La «ética discursiva», que es como le llama, es la única capaz de conducir a la humanidad a «mínimos» capaces de generar una convivencia sana.
Este libro es una revelación, un tipo de literatura raramente encontrada. Su tema: el consumo. A lo largo de más de trescientas páginas, Cortina hace una meditación en esta materia partiendo en primer lugar de la constatación del hecho en la vida social, pasa por explicar su naturaleza y origen, hasta llegar a una aproximación moral. El lector podrá apreciar que el libro es el producto de un estudio concienzudo en la que la filósofa española orienta a la comprensión de un fenómeno muy moderno.
Por razones de elección y de espacio me referiré únicamente al capítulo en el que la pensadora explica su posición respecto a lo ético. En este sentido, la pregunta que se hace cualquier filósofo es el de la bondad o malicia de un acto humano como es el de consumir. Es decir, ¿consumir es bueno o malo? ¿Con base a qué defino la bondad o maldad? ¿Cuál es el criterio de valoración? Eso es el reto de Cortina.
Para la autora, como ya se ha dicho anteriormente, el punto importante en la dilucidación del tema es partir del ejercicio de la razón. Aquí no valen los argumentos religiosos. Por consiguiente, es necesario examinar cómo puede la razón iluminar el tema para entender la calidad moral de los actos. Tal ejercicio no obvia, evidentemente, el apoyo de filósofos cuyas aportaciones pueden ser valiosas.
La primer clave de interpretación exige, dice Cortina, situarse en el nivel de conciencia moral social que reconoce la igual dignidad de todos los seres humanos. Se trata de un ejercicio que parta del convencimiento de que en la evaluación de lo justo hay que trascender el propio egoísmo y las normas convencionales de la sociedad. Esto es, para la académica es necesario empezar desde un nivel mínimo de madurez de conciencia tomando como base la clasificación de Lawrence Kohlberg.
«Es desde este nivel desde el que importa recordar lo que serían las tres claves de una ética del consumo: que todos los seres humanos desean ser felices, que alcanzar la felicidad depende en buena medida de nuestras creencias sobre lo que la proporciona y que las sociedades cuya ética se sustenta en la igual dignidad de los seres humanos se ven obligadas a satisfacer unas exigencias de justicia, a las que no pueden renunciar sin hacer dejación de su humanidad».
Dicho lo anterior, Cortina afirma que el consumo para ser humano debe ser autónomo, justo y prudente. Autónomo en cuanto producto de una decisión libre. Justo en la medida en que no se haga daño a los otros. Prudente entendido como un acto mesurado. Veamos más detenidamente cada uno de éstos.
¿Realmente somos autónomos (libres) al momento de consumir? Más o menos. La escritora dice que en realidad hay condicionamientos producto de las creencias sociales, nuestras propias motivaciones inconscientes, el marketing, los grupos de referencia, los medios de comunicación y las instituciones, sin embargo (esta es su convicción) no estamos determinados.
«El consumidor no es soberano, no elige con perfecta información, sin estar condicionado por la propaganda ni presionado por sus deseos, pero tampoco es un esclavo determinado por fuerzas ocultas. Goza de una libertad básica, de un básico distanciamiento con respecto de las cosas, que le permite forjarse su autonomía, ir haciendo uso de la libertad básica para apropiarse de las mejores posibilidades vitales, entre las que se incluye el apropiarse de sí mismo, en vez de perder las riendas de la propia existencia y expropiarse, pasar a ser propiedad de otros o de las cosas».
Obviamente, como insistirá, mantener el señorío frente a la mercancía no es tarea fácil. Hay que luchar contra un enemigo que no es sino la cultura y el hábito de un mundo consumista.
Para la explicación del significado del consumo justo, la filósofa se hace valer de las ideas de Kant. El pensador alemán afirma tres cosas importantes. En primer lugar que una norma es justa sólo si es universalizable, si puede pensarla y quererla cualquier ser racional. Propone una categoría moral fundamental que es la libertad de todos los seres humanos, en virtud de la cual son fines en sí mismos o valen por sí mismos. Por último, muestra que algunas actitudes y acciones valen por sí mismas, y no por la utilidad que reportan. La libertad, por ejemplo, es valiosa por sí misma, sea o no útil.
Desde este punto de vista, dice Cortina, una comunidad política justa será la que potencie el desarrollo de la autonomía y evite la dominación de unos seres humanos por otros. Partiendo de Kant, el libro propone tres imperativos adaptados al consumo.
La primera norma para el consumo diría, consume de tal modo que tu norma sea universalizable sin poner en peligro el mantenimiento de la naturaleza. Dos, consume de tal modo que respetes y promuevas la libertad de todo ser humano, tanto en tu persona como en la de cualquier otra, siempre al mismo tiempo. Y tres, asume, junto con otros, las normas de un estilo de vida de consumo que promuevan la libertad en tu persona y en la de cualquier otra haciendo posible un universal Reino de los Fines.
La crítica habitual hacia Kant en cuanto a su ética ha sido, dice la intelectual, su carácter «monológico». Pero éste se soluciona, agrega, a través de un diálogo humano que favorezca la convivencia entre todos. Es en este punto donde entra la ética discursiva.
«La ética del discurso exige mantener diálogos entre los afectados, que serían los consumidores actuales y los potenciales. Para dilucidar qué normas son justas es preciso que los afectados por ellas entablen diálogos, sometidos a reglas que garanticen lo más posible la imparcialidad (?). Lo que se requiere de cada consumidor que quiera dilucidar en serio si una forma de consumo es justa no es tanto que asuma personalmente la responsabilidad de empoderar a los afectados, porque es ridículo pretender que las personas aisladas pueden ser responsables de semejante transformación social. Lo que se requiere es corresponsabilidad».
Hasta aquí el comentario a la obra, lo demás tendrá que averiguarlo cada lector. Puedo asegurar que el libro hará reflexionar y dejará un cierto deseo de ser más disciplinado y cuidadoso al momento de consumir. El libro está de venta en librería Loyola.