Siempre me he sentido muy orgulloso de mi fe y agradecido con Dios por haberme permitido nacer en un hogar en el que me bautizaron a toda prisa horas después de haber nacido porque alguna complicación hizo temer a mis padres. Baltazar Morales de la Cruz, a la sazón jefe de Redacción de La Hora, acompañó a mi padre cuando lo llamaron para decirle que se haría el bautizo a la carrera y de esa cuenta fue mi padrino sin que tuviera la dicha de tener una madrina.
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Estudié siempre en colegios católicos y cuando me casé con María Mercedes empezamos a formar a nuestra familia dentro de los valores de nuestra fe, misma que ahora compartimos con alegría con nuestros hijos y nuestros nietos. No sólo me considero un católico practicante, sino comprometido con las enseñanzas de la Iglesia, preocupado por cuestiones tan básicas como el reconocimiento de la dignidad intrínseca de todo ser humano no sólo por esa calidad, sino por ser hijos de Dios.
Entiendo y respeto la libertad religiosa y ni por asomo considero que quienes no profesan la misma fe que yo están condenados o alejados de Dios. Hay diversas formas de sentirse cerca de Dios, de tratar de servirlo y no creo tener derecho a juzgar lo que hacen los demás. Mi mamá, bautizada como católica, encontró una vida religiosa mucho más rica de la que pudo haber tenido en el seno de nuestra Iglesia cuando empezó a asistir a oficios en las Iglesias Evangélicas, en las que ella supo encontrar la Palabra de Dios.
Viene todo esto a cuento por lo que comenté esta semana sobre el crecimiento de las Iglesias Evangélicas a expensas de nuestra Iglesia Católica, porque me preocupa no tanto el proselitismo que puedan hacer para atraer más fieles, sino la debilidad nuestra para cimentar más eficientemente la fe en los bautizados. No me interesa tanto lo que hagan o dejen de hacer los pastores, cuanto lo que hagan o dejen de hacer nuestros sacerdotes, nuestra jerarquía y la curia en materia de fortalecernos y aumentar nuestro compromiso.
Creo que nos hizo daño no la publicidad sino la existencia de la pederastia; la Iglesia durante años se aferró que el problema eran los “ataques” que se recibían por el comportamiento de unos cuantos curas, pero los hechos demostraron que no fueron sólo unos cuantos y que la negación institucional hizo más daño aún. Cierto que el problema existe en otros conglomerados, religiosos o no, pero el querer “apachar el clavo” fue lo que al final hizo peor las cosas.
Un sacerdote declaró que los protestantes crecen porque los católicos no aceptan temas como el divorcio y me indignó leerlo porque si bien la Iglesia formalmente no acepta el divorcio, sí que anula matrimonios cuando hay pisto y conectes de por medio. El laico Perico de los Palotes nunca verá anulado su matrimonio, pero don Fulanito lo puede lograr de una manera que hará dar vueltas en su tumba a Enrique VIII.
Pero lo peor es que, como con los políticos, la mediocridad se ha apoderado del clero tal vez por eso que vio el Papa Francisco de seminarios que se convirtieron en reducto de los que no dan bola.
El cambio demográfico no es tanto lo que hacen los protestantes, como por lo que dejamos de hacer los católicos.