Recientes e impresionantes aconteceres me han hecho rememorar vivencias que dejaron indelebles huellas en mi quehacer profesional. Especialmente recuerdo cuando hace más de 50 años, como un inexperimentado practicante en la maternidad del San Juan de Dios, las circunstancias me obligaron a ejecutar mi primera aplicación de fórceps, aparato con el que debí compresionar la cabecita de ese pobre niño, quien posiblemente quedó con algún permanente déficit nervioso. Siempre me he preguntado cuántas veces en la calle me habré entrecruzado con él, para mí un desconocido sin percatarme que yo había sido el responsable del infortunio de ese retrasadito. Algo inolvidable que me lastima.
También no olvido cuando de practicante en una de las salas de cirugía nos hicieron llegar un hifrecator, aparato eléctrico para quemar chaquirreas. Lo estrené en un joven estudiante quien me pidió que le extirpara un recurrente mezquino. Le inyecté generosa anestesia en la raíz del dedo, lo cual me permitió proceder sin miserias. Semanas después, cuando lo encontré con la mano vendada me contó que le había chamuscado todo y le había quedado un varejón de dedo. Cuando ya de médico, siempre me saludaba señalándome con el meñique para recordarme así mi hazaña como aprendiz de cirujano. Ignorancia e insensatez.
Recuerdo también al universitario, estudiante de Odontología, quién nos pidió al ahora octogenario colega Carlos Harders y a este matasano, que le hiciéramos la circuncisión, pues pronto contraería matrimonio. Procedimos gustosos, sin embargo a alguno de los vasos que cortamos no le hicimos un buen nudo y horas después la consecuente hemorragia interior le fue inflando el miembro que parecía remolacha. Tuvimos que reintervenirlo rebuscando la boquita que sangraba pero, entre cortes y suturas todo aquel órgano le quedó medio deformado como con aletas de tiburón. En medio de todo ello ha servido para que con la esposa tengan una vida conyugal muy satisfactoria, lo cual siempre nos han agradecido.
En medio de tantos errores ha habido, a Dios gracias, algunas satisfacciones. Aciertos y errores que después, como docentes, solíamos discutir con los jóvenes practicantes, estimulándolos, sobre todo, al uso de la prudencia. Recordándoles que siempre seguiremos cometiendo errores, aunque de muchos de ellos no nos damos cuenta, porque los prudentes pacientes no nos lo hacen saber y simplemente cambian de médico.
Pero en medio de todo, la vida de médico vale la pena vivirla.
No olvidemos, les repetía a mis estudiantes, que habremos de estar siempre agradecidos con aquellos que habiendo confiado en nosotros se han puesto en nuestras manos, especialmente aquellos indigentes que durante nuestras iniciales experiencias como practicantes contribuyeron a nuestra formación.