Acidez perjudica a especies marinas


La acidez creciente de los océanos, que absorben más de un cuarto del dióxido de carbono emitido por la actividad humana, podrí­a perjudicar a los corales, los moluscos y otras especies marinas, estiman especialistas del tema.


A 1.200 kilómetros del Polo Norte, en el archipiélago de Svalbard (Spitzberg), cientí­ficos de nueve paí­ses europeos iniciaron una amplia investigación para procurar entender mejor un fenómeno poco conocido.

«Las aguas frí­as del írtico absorben los gases más rápido que las cálidas o templadas. Aquí­, en las regiones polares, el océano se va a volver corrosivo más rápido», estima Jean-Pierre Gattuso, oceanógrafo del Centro de Investigación Cientí­fica francés (CNRS) y coordinador del proyecto Epoca.

Desde los inicios de la era industrial, los océanos del planeta se han vuelto un 30% más ácidos, para alcanzar un nivel inigualado desde hace 55 millones de años.

Esta tendencia se mantendrá mientras no disminuyan las emisiones de dióxido de carbono (CO2).

Los investigadores sumergieron en el fiordo del pueblo noruego de Ny-Alesund nueve «mesocosmos», que son como tubos de ensayo gigantes en los que se inyecta CO2 para simular el aumento de la acidez de los océanos entre hoy y 2150 y así­ observar la reacción del ecosistema.

«Lo importante no es el valor absoluto de la acidez, sino la rapidez con la que cambia», indica Gattuso.

A este ritmo, los investigadores temen que la acidificación cause trastornos en la vida submarina. Así­, la formación del esqueleto de los corales -fuente de rica biodiversidad y barrera protectora contra la erosión de la costa- o de la concha de los moluscos podrí­an verse dificultadas.

Según el oceanógrafo alemán Ulf Riebesell, «cabe esperar que los microorganismos que viven tan solo unos dí­as logren adaptarse en unos cien años».

«Pero los que viven mucho más tiempo, como los corales, necesitan muchas generaciones para modificar su constitución genética», agrega este investigador de IFM-Geomar.

Así­, el pterópodo, una especie de caracol que mide tan solo algunos milí­metros, pero que es esencial para la cadena alimentaria, ya está teniendo dificultades para formar su concha que lo protege, estiman los cientí­ficos.

«Se trata de una especie fundamental para la cadena alimentaria en el írtico. Se alimenta con pequeñí­simas partí­culas y fitoplancton. Al crecer, sirve de alimento a especies más grandes, como peces o ballenas», afirma el estudiante en doctorado Jan Bí¼denbender (IFM-Geomar).

Su concha contribuye indirectamente a frenar el cambio climático, ya que le permite hundirse al morir y llevarse el CO2 que ingirió en vida. De ese modo, facilita la absorción en la superficie del océano de nuevas cantidades de dióxido de carbono.

Las posibles consecuencias de la desaparición de esta concha todaví­a no se conocen. En el ecosistema, «un lugar nunca queda desocupado», indica Gattuso. «Al desaparecer una especie, ¿qué valor nutritivo tiene la que la sustituye?», se pregunta el investigador.

Para Greenpeace, que trajo el «mesocosmos» por barco, el futuro de los organismos calcificadores marinos depende de los paí­ses industrializados que deberí­an, según la organización ambientalista, reducir sus emisiones en un 40% de aquí­ a 2020.

«Todaví­a quedan posibilidades de salvarlos, de limitar los daños», dice Iris Menn, biológo marino de la organización.