Acerca del réquiem alemán de Johannes Brahms


La música compuesta para acompañar el Ordinario de la Misa de Difuntos siempre hechizó a los compositores de la cultura occidental. Recuérdese en tal sentido los réquiems del ars nova, del siglo XVI, tales como los de Victoria y Pierre de la Rue, o los barrocos del XVIII como los de Jean, Gilles y J. Bautista Lully. Destacan por supuesto, los tres grandes réquiems de la literatura musical: Mozart, Berlioz y Verdi. Esta columna está dedicada a Casiopea, esposa dorada, quien es madrugada de astros vegetales que me quema con su corazón único y me encadena al calor de sus brazos Mí­os y me pierde diariamente en el latir de su pecho enloquecido.

Celso A. Lara Figueroa
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela

Desde otra óptica, pero en el mismo sentido, se han escrito varias obras que no necesariamente siguen el ritual del Ordinario de la Misa Católica; obras que son sobre todo, meditaciones sobre la muerte, pero que antonomasia llevan el acápite de Réquiem, entre ellos, los más sobresalientes, los siguientes: el «réquiem de guerra» de Britten, el «Réquiem» de Kabalwski, y por supuesto, el Réquiem Alemán de Johannes Brahms, op. 45, que hoy comentaremos con brevedad.

Probablemente el Réquiem Alemán sea la obra coral más acabada de J. Brahms, tanto en su textura como por la intensidad de su sereno dolor melódico.

Es importante señalar que una de las caracterí­sticas del protestantismo (y Brahms lo era), es que en los momentos de duelo rechazan los consuelos de la música. Por ello, como ya apuntamos, al lado de los grandes Réquiems de compositores católicos, el Réquiem Alemán de Brahms es una sorprendente excepción. Brahms no ha adaptado los textos litúrgicos que el Réquiem católico emplea de costumbre, sino que él mismo ha hecho una selección entre los textos bí­blicos que tratan de la muerte del más allá.

Brahms escribí­a a un amigo: «Considerando el texto, os confieso que yo suprimirí­a a gusto la palabra `alemán´ (del tí­tulo) para reemplazarla simplemente por otra: «el hombre».

En primer lugar fue escrita la quinta parte, precisamente a la memoria de la difunta madre de Brahms. La totalidad de la obra nació en un corto intervalo de tiempo (1857-1866).

I.- En la primera parte los números «Dichos los afligidos»y «Aquellos que siembran en el dolor cosecharán en la alegrí­a», tratan de hacernos aceptar la idea de la muerte; sin embargo, la vuelta insistente de las mismas notas en los bajos del coro, el silencio de los violines, el color sombrí­o de todo el conjunto, demuestran que estas promesas no consiguen calmar enteramente el dolor. Sólo los nobles acordes del arpa nos hacen pensar en los consuelos de ultratumba. El coro sombrí­o, con acento quejumbroso en los bajos termina esta primera parte cantando la siguiente lamentación: «Quien fue y lloró y cargó mi preciosa semilla, deberá obtener recompensa con regocijo y traer sus gavillas conmigo».

II.- La segunda parte, la más bella de la obra, fundamentada en un gran coral, inunda de paz todos los registros del coro y de la orquesta, sostenidos en sus partes más intensas por los trémolos angustiantes del timbal. «Pues toda carne es perecedera como la hierba», cantan al uní­sono todas las voces del coro. La orquesta entona una música fúnebre. La melodí­a de este texto sacada de los salamos, recuerda el coral «Quien sólo sigue el reino de Dios». Inmediatamente después aparece este texto: «Aquellos que el Señor ha puesto en libertad, volverán». A pesar de lo tormentoso, la fuga final termina serena sobre la frase «pero la palabra del Señor dura eternamente».

III.- La tercera parte se inicia con el bajo solista, que arrastrando el coro tras de sí­, suplica desesperado: «Â¡Señor, hazme comprender que debo tener un fin!», sobre las resonancias sombrí­as y profundas de la orquesta. El temor crece: «Â¡Ay! los hombres no son más que una nada. Se mueven como fantasmas y se preocupan inútilmente. ¿Qué nos consolará? ¿Qué podemos esperar?». Una fuga que se regocija sobre un pedal, responde: «Las almas de los justos están en las manos de Dios».