Pareciera como si ya nos hubiese salido un callo en el alma. Una costra en nuestros sentimientos cual coraza que nos blinda ante la ola de violencia que azota al país. Ya casi no nos asombramos ante la saña de violadores y asesinos que no les importa la edad, el género ni cualquier otra condición de indefensión de sus víctimas.
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Hace más de un mes, en un paraje de San Lucas Sacatepéquez aparecieron los cuerpos de tres niñas a las que sus victimarios les dieron muerte después de haberlas violado. El jueves 23 de julio fue secuestrado un niño de 12 años de edad, cuyos plagiarios exigieron rescate a sus padres, que con la valiosa colaboración de los vecinos de Palín, pudieron reunir el dinero y entregarlo a los secuestradores, tan perversos y desalmados que asesinaron a Byron Ranulfo Rustrián Osorio, después de someterlo a crueles torturas.
La noche del martes pasado, un niño de 9 años, que por su edad no tenía por qué estar en un billar de la zona 5, fue ultimado juntamente con otros tres jóvenes en ese negocio. El viernes anterior una madre fue asesinada junto a su hijito de apenas 3 años de edad, en la zona 3. Bandas de secuestradores y asesinos cometen sus fechorías en todo el país y en cualquier día y momento, sin que el Gobierno del presidente ílvaro Colom despierte de su letargo. Impávido, impasible, flemático.
 Es como si estuviéramos repitiendo los peores años de violencia de la guerra interna, sólo que ahora no se alzan banderas ideológicas ni injustificadas excusas de la represión de las dictaduras militares. Por eso vienen a mi memoria algunas líneas de un intento de poesía que escribí en 1981:
   Todos tenemos miedo / por lo que decimos / y lo que dejamos de hacer. / Miedo de caminar a solas en la calle / y de abrir las puertas de la casa / porque pensamos o tememos / que nuestra sangre pueda salpicar / la menuda estatura de la que todavía creen en Dios. /  Comemos el pan de hoy / y arrebatamos la tentativa del mañana / antes de que el pánico se adelante / a la hora cabal de nuestra muerte. / Tenemos miedo, es cierto, / hasta de hablar de nuestro propio miedo.
  ¿Cómo escribir tu nombre, Guatemala? / ¿Cómo pronunciar las letras de tu signo / sin que duela la punta de la lengua / ni broten llagas en el costado de tu mapa?/  No hay siquiera un recodo / donde recostar tu cuerpo / en esta larga noche en la que no aparecen las estrellas / y el sueño muere antes de pegar los párpados. / No hay pequeña orilla para la vergí¼enza  / ni suela de zapatos para esconder el polvo de otros pasos / y ni siquiera una rendija / que dé cabida al iris buscador de la justicia.
  ¡Qué pena, Guatemala, / no poder llamarte / sin omitir las dos últimas sílabas de tu nombre!