Por razones que ignoraba, yo no le simpatizaba a un médico que con el transcurso del tiempo fue cambiando de parecer y posteriormente nos hicimos muy buenos amigos. El caso es que en una oportunidad coincidimos en una estación de gasolina cuyo propietario era paisano de ambos y cuando yo ingresé a la sala de ventas me percaté que el facultativo se encontraba en ese sitio conversando con el dueño del establecimiento.
Los saludé a ambos simultáneamente, que prosiguieron con su charla, mientras yo adquiría un objeto que necesitaba para el vehículo. El médico condujo la plática hacia donde deseaba y alzó la voz para que yo escuchara su comentario: “Yo no leo periódicos, por salud mental”. Tomé con indiferencia la ponzoñosa opinión, pero el improvisado anfitrión gritó al preguntarme: –¿Y vos que pensás al respecto? Respondí venenosamente: –Es su derecho, sobre todo porque abundan las malas noticias; pero yo podría argumentar que es preferible no consultar a los médicos, porque aunque esté sano, alguna enfermedad me va diagnosticar un matasanos de mala fe.
Traigo a cuento esta pueril anécdota a propósito de que con cierta frecuencia intento no leer los diarios de la mañana; pero puede más mi curiosidad, mi vocación de periodista y mi obligación laboral de estar enterado de lo que ocurre en el país y lo más relevante que sucede en el resto del mundo, que necesariamente leo los matutinos y en la tarde disfruto la lectura de La Hora, ya reposadamente, sobre todo los reportajes y sus páginas de opinión.
Pero suelo recordarme del médico en cuestión, lamentablemente fallecido absurda y prematuramente, porque hay días en que los medios impresos pareciera que se pusieran de acuerdo para abrumarnos de informaciones de las más truculentas, que uno desearía que los hechos consignados no ocurrieran en Guatemala.
Por supuesto que se incluyen notas que ya han dejado de ser noticia, entendida como un acontecimiento singular o extraordinario, como, para citar un ejemplo, sucedió esta semana, cuando un diputado petenero, ejemplo de la fauna política cimarrona de nuestro entorno, que atendiendo el clamor de las bases del que hasta entonces era su partido, decidió sacrificarse y emigrar a las filas del Patriota. O las declaraciones de diputados oficialistas que fieles a sus límpidas consignas acataron la esplendorosa resolución de la no menos honorable, ilustre y alburea Corte de Constitucionalidad, en torno a lo cual prefiero guardar despreciativo silencio.
Sin embargo, los diarios fueron generosos, como el resto de la semana, en informar en torno a múltiples asesinatos, homicidios, asaltos, extorsiones y otros delitos que se cometen en el transcurso de 24 horas, sin que los más sangrientos crímenes logren alarmar o lastimar seriamente la conciencia colectiva, acostumbrada ya a enterarse o sufrir tanta vesania, por muchos que sean los esfuerzos del Ministro de Gobernación para atrapar y desmantelar redes y bandas de facinerosos, sin que se logre detener esa oleada de violencia delincuencial que nos ha empujado a la resignación, la desesperanza, la frustración y el escepticismo ante lo que nos espera en los próximos meses y el futuro Gobierno.
(El obrero Romualdo Tishudo leyó este graffiti en una barriada: –Al que le roban su celular, vuelve a su casa sin que lo llamen).