La quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008 expuso los defectos del sistema de regulación y de vigilancia bancaria estadounidense, que sigue incompleto un año más tarde, a pesar del proyecto de reforma impulsado por el gobierno de Barack Obama.
¿Ejemplo de la ceguera de los reguladores? Una de las principales autoridades de control, el presidente de la Reserva Federal (Fed) Ben Bernanke, juzgaba, el 15 de julio de 2008, que el sistema bancario estadounidense estaba «bien capitalizado».
Desde esas palabras desafortunadas, quebraron, además de Lehman, más de 100 bancos estadounidenses.
Las grandes debilidades del sistema fueron identificadas: división de las tareas, la laxitud de las normas y de los reguladores encargados de hacerlas aplicar, política de remuneraciones que incitaba a una toma inconsiderada de riesgos y ausencia de control sobre sectores enteros de la actividad financiera.
Ambicioso, el plan de reforma de la regulación lanzado por Obama no racionaliza el sistema sino que busca a «rellenar los hoyos», como dijo recientemente sobre la cadena CNBC el ex representante republicano Michael Oxley.
El gobierno propone la creación de un Consejo de Vigilancia de los Servicios Financieros, encargado de identificar los nuevos riesgos y de coordinar la acción de los reguladores.
También quiere colocar a todas las instituciones financieras (bancos, fondos de inversiones, compañías aseguradoras) cuya quiebra pondría en peligro el conjunto del sistema bajo órbita de un regulador único, en este caso la Fed, y endurecer las normas de fondos propios de todas estas sociedades.
Estas iniciativas fueron bien recibidas por los que no discuten la legitimidad de la Fed en estos temas, pero la racionalización del sistema quedó limitada.
«Tenemos una estructura de regulación insensata con seis reguladores diferentes para los bancos, y esto considerando todos los reguladores de los Estados como un solo órgano», dijo recientemente Douglas Elliott, especialista sobre regulación financiera de Brookings Institution.
La reforma conservará cinco, por más que se previó que no hubiera más que dos, agregó.
Sobre las primas que se pagan en los bancos, el gobierno cedió y optó por no inmiscuirse.
En cambio, su plan prevé someter al control de un regulador la casi totalidad de los participantes del mundo de las finanzas, particularmente los fondos especulativos y los operadores sobre los mercados de productos derivados, que escapaban a todo control.
Pero la reforma todavía debe pasar por el Congreso y la historia enseña que la regulación financiera siempre está atrasada ante las innovaciones.
Los responsables del gobierno reiteraron que había que aprovechar la crisis para asegurarse de que tal catástrofe no se repita.
Pero para el ex corredor de bolsa Henry Blodget, que perdió la casi totalidad de sus ahorros en la burbuja de internet de principios de los años 2000, las lecciones serán rápidamente olvidadas.
«Vamos a crear (…) nuevos sistemas de regulación, poner a mucha gente en prisión, y hacer todo lo que hace falta para convencernos de que todo será diferente la próxima vez, y esto lo será mientras la opinión pública recuerde este desastre», escribió en diciembre en el mensuario Atlantic.
«Pero tan pronto como este hundimiento quede en el pasado, nuestras prioridades cambiarán lentamente y comenzaremos a prepararnos para la próxima gran burbuja».
En la mañana del lunes 15 de septiembre de 2008, el venerable banco de inversiones Lehman Brothers tomó al mundo por sorpresa al anunciar su quiebra, luego de un fin de semana de negociaciones de alto nivel, dando una cruda imagen de la crisis financiera.
La caída de una institución que tenía 158 años de existencia fue precipitada por su incapacidad para refinanciarse luego de la crisis de los «subprimes», colocaciones adosadas a préstamos hipotecarios y del crédito.
Lehman no logró captar fondos en el mercado a comienzos de septiembre, pese a la promesa de anunciar a la brevedad «iniciativas estratégicas».
En ese contexto, su valor bursátil había caído 90% en un año, por debajo de los 2.500 millones de dólares: menos de lo que valía Bear Stearns cuando este otro pilar de Wall Street fue salvado de la quiebra en marzo de 2008, al ser adquirido por su rival JPMorgan con el apoyo de Washington.
El viernes 12, Lehman cayó 13,5% en la Bolsa de Nueva York. En la Casa Blanca se afirmaba que el Tesoro «sigue de cerca a los mercados y permanece en contacto con sus operadores».
Así comenzó un fin de semana maratónico. Tim Geithner, entonces presidente del banco de la Reserva Federal de Nueva York, reunió en su sede a los principales banqueros de la plaza, para decidir el destino de Lehman. El secretario del Tesoro y el presidente del organismo regulador bursátil (SEC) también estaban presentes.
Los potenciales compradores estaban poco convencidos. Bank of America prefería comprar otro banco de inversiones de Wall Street, Merrill Lynch. El británico Barclays remoloneaba y favorecía una ayuda federal, similar al plan Bear Stearns.
La SEC afirmaba que el objetivo era «proteger a los clientes de Lehman y mantener el orden en los mercados».
Pero el muy escuchado ex presidente de la Fed, Alan Greenspan, declaró entonces que no había que «tratar de proteger a todas las grandes instituciones financieras».
La quiebra de un gran banco «en sí no es un problema», afirmó. «Todo depende de como se realice la liquidación».
Las negociaciones fracasaron poco en la madrugada del lunes. En la mañana, Lehman se acogió a la ley de quiebras ante un tribunal neoyorquino y sus empleados se agolpaban a las puertas de la sede del banco en pleno corazón de Manhattan.
En plena campaña presidencial, los políticos buscaron tranquilizar a la opinión pública.
El entonces presidente George W. Bush se declaraba «confiado en la flexibilidad y resistencia de los mercados financieros y en su capacidad para enfrentar esos ajustes».
El secretario del Tesoro, Henry Paulson, consideraba que el sistema bancario era «sano» y tranquilizaba a los estadounidenses sobre la seguridad de sus cuentas bancarias.
Pero el candidato demócrata Barack Obama criticó a la política puesta en práctica durante ocho años por los republicanos, que «nos llevaron a la mayor crisis financiera desde la Gran Depresión», exigiendo una «reglamentación que proteja a los inversores y a los consumidores».
Su adversario republicano John McCain, fiel a su credo liberal, se congratulaba por el contrario de «que la Reserva Federal y el departamento del Tesoro hayan asegurado que no utilizarían el dinero de los contribuyentes para salvar a Lehman».
«No teníamos los poderes» necesarios para reflotar a Lehman, clamaría un mes más tarde el entonces secretario del Tesoro Henry Paulson.
Sin embargo, ante el pánico generado en los mercados mundiales por el abandono de Lehman, las autoridades dieron marcha atrás: el 16 de setiembre, nacionalizaron de facto la aseguradora AIG para evitarle la quiebra, iniciando una serie de intervenciones en el capital de instituciones financieras.