Resulta muy curioso ver lo que sucede por Venezuela en estos días. Las calles están llenas de estudiantes y opositores del gobierno chavista que dirige hoy el ungido por el fundador del Socialismo del siglo XXI. Digno hijo de su padre ideológico, el señor Maduro es famoso hoy en día por sus actuaciones y declaraciones populistas, inexactas, incoherentes y absurdas ante la obediente prensa venezolana y alguno que otro medio que tiene “libre” acceso a la información de aquel país del Caribe continental.
Hace unos pocos días, el 4 de febrero recién pasado, celebraba con sus camaradas el aniversario número 22 del golpe de Estado comandado por Hugo Chávez en la misma fecha del año 1992. En ese entonces, Chávez comandaba un pequeño grupo de subversivos que pretendían tomar el poder por la fuerza y rompiendo el orden constitucional. El golpe de aquel entonces pretendía capturar y derrocar al presidente Carlos Andrés Pérez, ninguna joyita por cierto, para tomar el poder con la ayuda de unos cuantos cientos de militares.
El presidente Maduro rechazó firmemente el día de ayer las protestas de estudiantes y otros sectores de la sociedad y les acusó de “aventuras golpistas” que mandó a reprimir con el uso de la fuerza por medio de los aparatos oficiales de seguridad. Asimismo amenazó a los políticos opositores que participaran en las aventuras golpistas para inhabilitarlos de por vida de cualquier proceso eleccionario en Venezuela. Lo curioso es que hace unos cuantos días nada más, el mismo presidente Maduro y algunos otros de su círculo de gobierno condecoraron a “revolucionarios” de aquel movimiento del 4 de febrero del 1992 por su apoyo y fidelidad a Chávez en su intentona de golpe de aquella época. ¿Cómo es posible que Maduro apoye y celebre abiertamente un golpe de Estado de 1992 y ahora condene la sola idea de un coup d’état por los que hoy son sus opositores? ¿Será válido moralmente romper el orden constitucional cuando el orden no comulga con mi ideología pero sancionar esa misma acción cuando es contra el poder que yo detento?
Ya todo el mundo sabe que a Maduro le falta un tornillo en la cabeza, pero lo peor del caso es que atrás de la locura de Maduro, hay vidas perdiéndose en los hospitales por falta de recursos, una escalada de violencia escalofriante, una inflación preocupante en los últimos meses que tiene a un pueblo desesperado y muerto de hambre, una industria de petróleo con las eficiencias productivas más bajas de su historia reciente y en fin un retroceso desalentador de todo un pueblo que no aguantará para toda la vida. La situación social se crispa por la lucha entre los que quieren un gobierno más limitado y aquellos que, aunque no necesariamente ideológicamente alineados, se han convertido en vividores de rentas y prebendas del enorme aparato burocrático bolivariano.
La oposición venezolana debe guardar a toda costa la compostura para no caer de nuevo en el mismo juego que llevó a los socialistas al poder. La desesperación del pueblo debe de ser aprovechada pero debe de reforzarse con ideas y acciones que estén enfocadas en el desarrollo de la gente a base de productividad y no en medidas colectivistas. El movimiento opositor debe de enfocarse en los cambios legales necesarios para limitar el poder de los gobernantes, sean de la ideología que sean. Tanto va el cántaro al agua, que al final se rompe. A remojar las barbas, señor Maduro.