a) Reacción esperada b) Dos notas de duelo


No podí­a haber sido de otra manera. Latifundistas, acaudalados empresarios y sus panegiristas de siempre, es decir, columnistas y abogados neoliberales vinculados estrechamente a la oligarquí­a, dieron tremendo brinco de aspaviento tan pronto como se enteraron de que el presidente ílvaro Colom anunció que su gobierno aplicará una ley promulgada en 1974, que establece la obligación de cultivar granos básicos de parte de quienes posean, arrienden o utilicen terrenos cuya extensión sea superior a las cien manzanas.

Eduardo Villatoro
eduardo@villatoro.com

Lo paradójico del caso es que ese decreto fue aprobado durante uno de los regí­menes militares que se respaldaron y se apoyaron recí­procamente con la plutocracia de Guatemala. Al parecer, fue bajo la administración del general Carlos Arana Osorio, a quien no se le puede reprochar la más leve inclinación izquierdista, toda vez que en su época fue el adalid de la extrema derecha, además de haber propiciado el escandaloso fraude que condujo a la Presidencia de la República al también general Kjell Eugenio Laugerud, en detrimento del ahora diputado Efraí­n Rí­os Montt.

Un matutino al que tampoco se le puede tildar de tendencia colectivista, dio a conocer la reacción de dirigentes de una ONG, con el tí­tulo «Mayorí­a de la tierra está subutilizada», basado en un estudio realizado el año anterior por la Coordinadora de Organizaciones no Gubernamentales y Cooperativas (Congcoop), que precisa que del total de tierra apta para cultivar maí­z -casi 19 mil kilómetros cuadrados- más de 7 mil kilómetros cuadrados no se utiliza para ese fin.

Prensa Libre puntualizó que, según sus fuentes, si estas tierras se utilizaran para cultivar ese grano, se podrí­a cubrir la demanda para el consumo humano y sustituir las importaciones actuales de ese producto, sin afectar las tierras forestales.

Esos y otros razonables argumentos que sostienen la necesidad de atender las necesidades de la población más vulnerable del paí­s, sin embargo, carecen de alguna validez para los grandes terratenientes y sus voceros, porque no les importa que, como asimismo lo advierte Prensa Libre al referirse al Acuerdo Socioeconómico de la Situación Agraria, la resolución del problema agrario es fundamental e ineludible para dar respuesta a la situación que la mayorí­a de la población vive en el campo, que es la más afectada por la pobreza.

Q- Con mis disculpas a los pocos lectores de este espacio por ocuparlo parcialmente para dos asuntos personales, debo consignar el sensible fallecimiento de mi camarada Juan José Saavedra, quien fue inhumado la mañana de ayer miércoles en el cementerio Los Cipreses.

Juan José era hermano de mi estimado amigo Alfredo Saavedra, poeta y periodista guatemalteco que, como lo he mencionado en otras oportunidades, se vio obligado a salir exiliado, como consecuencia de las amenazas y atentados de que fue ví­ctima durante los gobiernos militares.

Presento mis condolencias a la viuda de Juan José, doña Margarita, así­ como a sus hijos Rodolfo, Gustavo y Otto, a sus nueras Aura y Mercedes, a sus nietos y especialmente a mi colega Alfredo, quien reside en Canadá. No pudo acudir a los funerales de su hermano por causas extrañas a su buena disposición.

Q- En las primeras horas de ayer entregó su espí­ritu al Señor la muy apreciada doña Fernanda Delfina Matta viuda de Tello, señora a quien yo le guardaba especial cariño, como se lo demostré en las ocasiones en la que la visitaba, por ser madre de mi querido amigo Guillermo Alfonso Tello Matta, a quien reitero las manifestaciones de mi solidario saludo de pésame.

Hago extensivas mis condolencias a los otros hijos de doña Fernanda: Vera Illeana, Fredy Danilo, Hugo Rolando y Mario Gilberto Tello Matta, a quienes pude expresarles personalmente mi sincero pésame en la velatorio de su madre, cuyos restos descansan desde hoy al mediodí­a en el camposanto La Colina.

Y, vos Willy, ahora más que nunca debés hacer tuyo el contenido de la Oración de la Serenidad, la que -para los que no la conocen- reza así­: «Dios nos conceda serenidad para aceptar las cosas que no podamos cambiar; valor para cambiar las que podamos, y sabidurí­a para discernir la diferencia».

Que descansen en paz Juan José y doña Fernanda y que el Señor les dé fortaleza a sus deudos.