A punto de quedarnos sin bosques


Debido a la tala arrasante de árboles en diversas áreas del paí­s, estamos cercanos a que ocurra este peligro tremendo, inveterado por cierto. La obligada consecuencia funesta es una calamidad adicional a las ya existentes, el hecho terrible que todo el territorio quede convertido en un desierto, si prosigue tal desequilibrio de orden cuantioso.

Juan de Dios Rojas

La generación potencial, por demás beneficiosa de oxí­geno para la existencia de los seres humanos, animales y vegetales, nos abandonará por completo. Además del descomunal cambio climático, fenómeno inmenso y arrollador, también origen de sorpresivas calamidades, capaces visto está, de orillarnos en segundos a extremos de rostro calamitoso y mortal.

En términos generales el orbe sin excepción sufre demasiado con esos efectos nocivos, pero en particular nuestro paí­s irredento, ubicado como consta en el ojo del huracán. Máxime por su condición vulnerable gigantesca, cualquier evaluación pone los pelos de punta, al instante mismo de oficializar la cauda desconsoladora que deja pérdidas fatales.

A pesar de tan alarmante situación las cosas y casos no terminan en definitiva. Las pruebas lo evidencian ante miradas atónitas del colectivo. Nada valen leyes y reglamentos sobre dicho problema, en vista que la población nada hace de su parte. Al contrario, cargan sobre sus hombros y conciencia un montón de acciones siempre de orden negativo.

Esa explotación bárbara de los bosques año con año alcanza mucho más notoriedad, pero jamás constatamos enderezcan entuertos valiosos. La pérdida de esos recursos naturales nada ni nadie le marcan alto; son inclusive testigos presenciales del ilí­tico, empero, si te vi, no te conozco. Temen no cabe duda las represalias, por lo tanto sellan los labios.

Intervienen personajes de cuello blanco, en su propio beneficio, por supuesto, en ganancial propio, al amasar fortunas que de verdad lloran sangre. La sierra eléctrica da cuenta de millares de hectáreas pérdidas de bosques preciados, repito, elemento imprescindible y garante del diario vivir, a sabiendas que constituyen tesoro de incalculable servicio.

El funcionamiento de aserraderos, unos encubiertos, otros en plena luz del dí­a, acercan más y más a que seamos un desierto funesto. Cantidades desaforadas de trozas, madera labrada, son conducidas en transporte ex profeso, que va y viene libremente. El ruido contaminante y una tala exorbitante, caracteriza sin solución el paso de unos y otros, impunemente.

Hasta cuándo los encargados de proteger los bosques y velar porque la depredación escandalosa termine, una pregunta carente de respuesta real. Evasivas abundan, cuestión que nadie ignora; pero es urgente adoptar una posición firme, que no les tiemble la mano, incluso duradera y exenta de mordidas con cifras crecientes, puerta de escape seguro.

Contribuyen demasiado a la pérdida de árboles y bosques, es obvio, en el área rural y urbana también, quienes utilizan leña para cocinar. Una que otra microempresa casera, además, consumen igualmente leña, carbón y demás derivados, con destino, mejor dicho para la operacionalidad de las llamadas pequeñas artesaní­as, necesitadas de esos elementos.

La tarea que corresponde a los habitantes en términos generales, ajenos a odiosas discriminaciones viene a ser importantes e imprescindibles. Creo hay dos opciones: en lo posible la deseable reforestación, y la otra será siempre evitar cualquier consumo, o adquisición de leña, etcétera, en defensa y protección decidida del ecosistema tan llevado y traí­do.

Un ejemplo abominable como el hombre de las nieves es nada menos que los recurrentes incendios forestales. También agregan su cuota demoledora de la pérdida boscosa. Los mismos resultan obra directa de antipatriotas, o bien saldo incontrolable devenido de descuidos, responsables del exterminio de nuestros bosques. El árbol, elogia en su himno: «es varón que se aferra en ser fuerte y fecundo a la vez».