Los palestinos volvieron esta semana a acercarse al abismo de la guerra civil generalizada con una serie de enfrentamientos entre Hamas y Fatah que causaron medio centenar de muertos, mientras que Israel redoblaba su presión con bombardeos en la franja de Gaza.
El caos se adueñó de nuevo de la empobrecida ciudad palestina, la mayoría de cuyos habitantes asistió con pánico a los tiroteos y ajustes de cuentas entre facciones, las salvas de cohetes lanzadas por los islamistas de Hamas contra el sur de Israel y la amenaza en cualquier momento de una nueva y demoledora invasión del Ejército hebreo.
Tanto la tregua que decretó Israel con el gobierno palestino a principios de noviembre, como los solemnes altos el fuego entre las facciones palestinas, volvieron a demostrar su inutilidad.
Todos los protagonistas políticos de la enésima crisis en la región se encuentran acorralados en sus respectivos frentes internos, lo que contribuye a explicar la rapidez con la que se descontroló de nuevo la situación.
Hamas, mayoritario políticamente en los territorios palestinos, se resiste con uñas y dientes a someterse a un presidente, Mahmud Abas, al que considera prácticamente como ilegítimo.
En las últimas semanas una serie de ajustes de cuentas y asesinatos en Gaza y Cisjordania, inéditos por su ferocidad, demostraron además que el radicalismo de Al Qaida está empezando a ganar terreno, lo que representa de hecho otra amenaza para Hamas.
Un grupo denominado Ejército del Islam reivindicó el secuestro del corresponsal de la BBC en la franja de Gaza, hace más de dos meses.
«La gente está influenciada por la retórica islamista disponible en internet. A raíz de la situación en Gaza, algunos grupos de jóvenes están alienados y son empujados hacia esta ideología que encuentran atractiva», consideró un responsable occidental que sigue de cerca los hechos en la franja.
El presidente Abas, por su parte, no consigue convencer a los países occidentales de que levanten el embargo que pesa contra su gobierno y que está degradando cada día más la situación en los territorios.
Abas no pudo retener el pasado lunes al ministro más importante del gabinete, el titular de Interior, Hani Al Qawasmeh, que sólo fue aceptado por Hamas tras laboriosas negociaciones.
Al Qawasmeh, un independiente moderado cuyo objetivo era obtener un acuerdo mínimo para controlar a la multitud de facciones armadas, dimitió el 14 de mayo tras considerar que su autoridad era una mera «fachada».
Finalmente el primer ministro israelí Ehud Olmert, acosado por las investigaciones internas y el desastre de la pasada guerra en el Líbano, acabó por autorizar los bombardeos, tras las repetidas provocaciones de Hamas.
La aviación israelí no dudó en destruir sedes del movimiento islámico y a pulverizar a sus militantes que en solitario se arriesgaban a empuñar los lanzacohetes contra el Estado hebreo.
Al menos 17 personas murieron en esos ataques, mientras que los blindados se adentraban de nuevo en el norte de Gaza, dispuestos a derribar casas y a aumentar la desesperación de sus 1,4 millones de habitantes.