Dentro de los mensajes que recibo, algunos que se refieren a mis comentarios sobre la visita de Bush a Latinoamérica, algunos de ellos hacen énfasis en que Estados Unidos es un país de leyes y que por lo tanto aun en cuestiones migratorias no se le puede pedir al Presidente ningún tipo de consideración, porque allá las leyes se cumplen sin chistar, según algunas de esas opiniones. Y así ha sido en términos generales a lo largo de la historia de ese país que ha basado su grandeza cabalmente en esa devoción por la ley, por el respeto a la seguridad jurídica y que cuando ha vivido situaciones de injusticias, como las derivadas no sólo de la esclavitud sino también de la marcada discriminación hacia los negros en el sur del país hasta bien entrada la segunda parte del siglo pasado, tuvo dirigentes que se preocuparon por introducir las reformas legales para asegurar sin duda alguna el respeto a los derechos civiles.
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Viene a cuento todo lo anterior porque lo que los aduladores del señor Bush no entienden es que la crítica más fuerte que siempre le he hecho a ese señor es que se pasó por el arco del triunfo décadas y hasta siglos de una tradición que hizo de Estados Unidos el modelo de país respetuoso de las leyes. Bajo el argumento de la guerra contra el terrorismo, el gobierno menos capaz de la historia del país se arrogó facultades que pisotearon los derechos civiles, las garantías individuales y todo el sistema de justicia basado en condiciones básicas como el derecho de defensa y la presunción de inocencia.
Tan atrabiliaria llegó a ser la conducción del país, que el mismo Secretario de Justicia está ahora en el ojo de un huracán porque simplemente se voló sin mucho trámite a fiscales federales que no se le sometieron ni fueron dóciles a las instrucciones del partido. Y contra lo que ha sido tradición en cuanto a búsqueda de excelencia de los fiscales, se limitó a sustituir a los que despidió sin miramientos con los recomendados del omnipresente Karl Rowe, el asesor principal de la Casa Blanca y responsable de ilegalidades como la de destapar el nombre de una agente encubierta de la CIA.
Pero lo peor de todo es que si a Clinton se le criticó con razón por haber mentido en el caso Lewinski que al fin y al cabo era un asunto que le atañía a él y a su mujer, en el caso Bush los republicanos y la misma prensa han evadido exigir responsabilidades a un gobierno entero que planificó una campaña para mentir a los norteamericanos y al mundo entero para justificar el ingreso a una guerra caprichosa.
Por ello es que hablar de Bush como representante de un país de leyes es una aberración, porque si su país fue de respeto a las leyes, esa tradición la ha pisoteado cabalmente este presidente que no por gusto está ya en la galería de los peores mandatarios de su país. Y las probabilidades de que termine ocupando esa posición de manera indiscutida son muy grandes, sobre todo porque aniquiló valores fundamentales que eran parte de las características de la democracia norteamericana. Y ello para no recordar que si bien no es el primer Presidente electo en Estados Unidos gracias a un fraude electoral, sí es el que llegó a la Casa Blanca gracias a las más burdas maniobras que involucraron a la misma Corte Suprema de Justicia. Si eso no es violentar las leyes, esos aduladores de Bush no entienden lo que es el estado de derecho.