Varias comunicaciones recibí luego de la columna de ayer referente a la participación del señor Alberto Cohen en el acto de apertura de plicas de los contratos abiertos para medicinas, y en todas se percibe el malestar de la gente respecto a la forma en que se cobran la factura los empresarios que ayudan a los políticos durante la campaña. En realidad uno de los temas más importantes de la reforma del Estado que tiene que hacerse en Guatemala es la normativa del financiamiento de las campañas políticas porque está demostrado, de manera abrumadora, que el país paga un precio oneroso por esa participación empresarial.
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El caso del señor Cohen es la punta de un iceberg que todos conocemos y que hemos visto en sucesivos gobiernos, lo que hace del tema un asunto de Estado de crucial importancia porque en el fondo desnaturaliza la democracia. Lejos de operar con base en un mandato emanado de las urnas, en el que el pueblo es el mandante del electo que se convierte en mandatario, resulta que sí es, en efecto, un simple mandatario (el que ejecuta el mandato), pero el mandante es en el fondo quien puso el pisto para financiar la campaña.
En otras palabras, toda la función pública que se ejerce por delegación de la soberanía del pueblo de acuerdo a las normas constitucionales, termina siendo en beneficio directo y exclusivo de los que tuvieron los medios y el tino de apostar a caballo ganador. Antes yo decía que desafortunadamente en la política guatemalteca no se podía tener éxito sin venderle el alma al diablo, pero ante los acontecimientos debo corregir la frase para decir que no se logra ningún triunfo sin venderle el alma y darle las nalgas al diablo.
El problema se vuelve mucho más grave y delicado cuando uno se da cuenta que no hay fuerza política en el país dispuesta a ponerle el cascabel al gato, puesto que todos los partidos buscan afanosamente al o los mecenas que les ayuden a financiar una costosa campaña política. En vista de la debilidad de los partidos y su falta de organización, se depende más que en otros países de la propaganda que es sumamente costosa y por ello hay poderes que se vuelven fácticos como puede ser el de las medicinas y el de los canales de televisión, permanentes en la apuesta del financiamiento de los partidos para asegurar de esa forma que el negocio dure muchos años.
Hay abundante material escrito sobre el carácter pernicioso del financiamiento sin control a los partidos políticos, pero en nuestro medio no pasará de ser letra muerta porque los políticos pueden discrepar en muchas cosas, que al final de cuentas todos se tapan con la misma chamarra porque está demostrado que el poder es la viña de la que todos quieren sacar provecho. Lamentablemente no existe ninguna posibilidad de que se le ponga candado al poder de los financistas porque éstos son y serán siempre necesarios para alimentar cualquier ambición. Uno pensaría que un partido que ya logró el triunfo sería el más proclive a promover controles, pero cuando están decididos en lanzar a alguien del entorno para la próxima campaña, seguramente están más empeñados en asegurar la lealtad de los financistas que en establecerles límites y ese es el caso presente. De suerte que nos están sangrando, pero el asunto no tiene probabilidades de resolverse.