Toda la tinta derramada que se ha vertido en torno a la fallida entrega en Cuba de la denominada Orden del Quetzal al ex presidente Fidel Castro Ruz. La atención mediática y lo acre de muchos comentarios en rechazo a esa pretensión gubernamental, nos evidencia estar rodeados de un conjunto de personas dentro de esta sociedad que no ha podido superar las expresiones que se encuentran condicionadas por el marco ideológico imperante. Una ideología que se impone y su antípoda que se revela igualmente intransigente. Es decir, una polarización reiterativa no nos permite establecer nuevas reglas de convivencia.
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, nos indica que una de las acepciones de la palabra ideología se refiere al «conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época.» También ésta se expresa como el estudio del origen de las ideas. De ahí el término.
¿A dónde pretendo llegar con estas líneas? Bien. El origen de la Orden del Quetzal y a quienes se les ha conferido fue expuesto por este medio y hasta por el matutino Prensa Libre con sumo detalle. Los «méritos» de algunos de ellos, no deben ser concebidos como imitables. Como hemos visto ahora que se ha divulgado más, el simbolismo casi místico que implican esas tres palabras es propio de un imaginario que carece de fundamento histórico. Pero es parte de lo que desearíamos que fuera una realidad.
Y en ese deber ser, es legítimo anhelar y asumir que sin duda, también ha habido trayectorias meritorias dentro de ese conjunto de personas y personalidades que han recibido el tan polémico collar. Y es ahí en donde se vuelve a manifestar el conjunto de ideas predominante. Antes no hubo tal oportunidad de pronunciarse. Y aquí se ha reforzado una actitud sectaria en uno y otro sentido y no se ha podido visualizar, más que perimetralmente, un debate serio sobre la necesidad de encontrar elementos para valorar insignes reconocimientos. Que en el fondo es el vacío que se necesita superar. Destacar valores y hasta contar con objetos a exaltar.
Y el problema que se produce al argumentar nuestros planteamientos desde la perspectiva de un radicalismo ideológico, es precisamente porque no permitimos que nuestros pensamientos se abran a las posibilidades de otros argumentos. No es posible debatir las ideas y por ello se tiende a ridiculizar a las personas. Se opta por demeritar a quien expone y no a encontrar las posibles debilidades de lo expuesto.
El mentado collar es la mejor evidencia de esta actitud obstinada que prevalece. Por ello, aquí, «el que no está a mi favor está en mi contra.» No hay puntos medios. Solo extremos. Esa es la gran atrofia colectiva que no nos deja construir sobre la base de un horizonte. Esa es la aberrante actitud agrupada que nos condiciona para ver sólo hacia el corto plazo. Sin posibilidades de planificar.
Y por supuesto que hemos de contar con la entereza y la firmeza de convicción para defender nuestras ideas. Pero ha de ser una defensa sobre la base de argumentos y no sustentada en la premisa desafiante que descalifica cualquier argumento que se oponga a lo expuesto. Así no hay debate. Y esos virulentos comentarios y enfrentamientos ¿de qué nos han servido?
El colmo de esta exacerbación ideológica y actitud enfermiza se refleja en la forma mediante la cual el matutino Siglo XXI proyecta su concepción ideológica de desvalorización hacia lo nuestro. Aquí los intereses de los principales accionistas, que siendo extranjeros se entremezclan con aquellos que siendo «criollos» estiman que su linaje es tal, que pueden ser despectivos en todo y contra todos. La virulencia se esparció contaminando nuestras frágiles relaciones sociales.