Para quienes no leyeron o escucharon las expresiones del doctor Rafael Espada, vicepresidente de la República, publicadas en la página 3, del Diario La Hora, el 13 de mayo de 2010, podrán decir que eso de «corrupto, mentiroso e hipócrita» es parte de la letra de una canción interpretada por las famosas cantantes Lupita Dalessio o Paquita la del Barrio, a quienes les encanta soltar al sexo masculino cuanto adjetivo peyorativo tengan a mano. Pero no, se trató de un exabrupto de tantos que al vicegobernante le ha gustado lanzar al aire para ver quién recoge la pelota pero, que a la postre resultan ser búmeran que le causan más daño a su figura como a la imagen del gobierno al que pertenece.
Si analizamos a fondo lo dicho, no es justo lanzar esos calificativos de manera general, peor todavía cuando los que gobiernan hacen gala de dar el mal ejemplo. Lo peor está en que quien así se manifestó, forma parte de la cúpula que tiene y ha tenido la oportunidad, por más de dos años, para cambiar tan duros conceptos o al menos, bien pudo haber puesto manos a la obra para sentar las bases con las que algún día el comportamiento del gobierno del país pudiera ser valuado como honesto, transparente y de hablar siempre con la verdad. Hay que aclarar que lo dicho por el doctor Espada ocurrió durante la inauguración de los trabajos de remozamiento del hospital de la Policía Nacional y no precisamente en UNICAR, la exitosa unidad de cirugía cardiovascular que en gran parte se debe a su personal entusiasmo, dedicación y deseos porque nuestra población contara con tan especializados servicios, pero que por la mala administración financiera de su gobierno, haya estado a punto de cerrar sus puertas por no haber recibido un solo centavo de la asignación mensual presupuestada para el 2010 que le corresponde.
Tampoco comparto lo dicho por el doctor Espada de estar «medio metido en política», puesto que lo está «hasta las cachas», como se dice en buen chapín, pues no puede recurrir a ninguna excusa o pretexto para no cumplir con sus deberes sin embargo, tomando en consideración su poca experiencia política partidista, me parece oportuno insistirle en la necesidad de dedicar todos sus esfuerzos para lograr la tan ansiada transparencia, como el uso racional y honesto de los recursos del Estado, asunto que sigue en inalterable crisis. Bien sabemos que hay miles de ejemplos de la necesidad antes dicha, pero para no quedarme con la inquietud pregunto: ¿cómo es posible ponerse a soñar con aumentar el número de agentes policíacos y de incluir medio millardo de quetzales más en el presupuesto anual de la nación, cuando no han podido depurar a la Policía ni administrar eficazmente los fondos destinados para lograr el buen mantenimiento de su flota de vehículos?