A mí­ también me entró la choya del fin de año


Durante estos dí­as previos a los festejos de la Navidad y la semana que media entre la Nochebuena y el Año Nuevo, desciende notablemente el ritmo laboral en casi todas las instituciones del Estado y en las empresas del sector privado, aunque en éstas en menor grado; y yo no podí­a ser la excepción, en lo que respecta a la falta de ánimo, o, mejor dicho, me entró la gí¼eva de escribir artí­culos que requieran un poco de esfuerzo mental.

Eduardo Villatoro

Precisamente por lo apuntado, esta vez ?como me ha ocurrido en otras oportunidades? me limitaré a trasladarles a mis pocos lectores un poco de buen humor, gracias a la colaboración de un amigo que me ha enviado correos de esta naturaleza, y expresiones de mi propia cosecha entre los chapinismos.

El mensaje electrónico se titula: «Y juran que no son chapines», cuyo contenido dice así­: No sé si a usté, pero a mi me encantan los chapinismos, o sea esas expresiones coloquiales, precisas como un len y fieles a nuestro imaginario. Las tenemos siempre en la punta de la lengua porque fueron las primeras con las que escuchamos nombrar al mundo, y que nos permiten decirlo hoy sin ambigí¼edad ni distancia. Sin tapujos, pues?.

No es lo mismo decir bolo que ebrio, ni chiche que seno, ni cuque que soldado. No es igual chonte que policí­a, ni choya que parsimonia, ni choco que cegatón. Las imágenes que llegan con las segundas son? ¿cómo decirlo?… más nebulosas, más ralas, menos vistosas.

En otros paí­ses molestan, aquí­ jocotean, joden o friegan. Porái se disgustan, aquí­ nos mascamos o nos mosqueamos. En otro lugar podrán sentir asco, nunca ñáñaras. O miedo, pero jamás culí­o. O suerte, pero no leche.

En ciertos lugares critican, aquí­ pelamos; platican, aquí­ chachalaqueamos; otean, aquí­ pescueciamos. Por allá hacen trampa, nosotros transamos: Algunos roban, aquí­ se huevea. Otros pueden morir, aquí­ petateamos o estiramos las patas.

Si usté es de Guate entiende que no es lo mismo tener shola que sheca, ni trompas que jetas, ni cubilete que cucufate. No es humedad, sino chagí¼ite. Tenemos canillas, en vez de piernas; nuestras manos saben tentar, tantear, tashtulear, puyar, mayugar, acuchichear y molonquear.

Conocemos la textura del tetelque, la apariencia del pilishte, el precio de rascuache, el peso del tetunte o la medida del pushito. Entre los gí¼iros y chirices hay chipes y sholcos, shucos y quishpinudos. O colochos como el gí¼isquil. Los patojos son shutes y relamidos. Hay nenas largas y chulas, pizpiretas, patantacas y mishes.

Entre los hombres hay cuenteros y pichicatos, bagres y nagí¼ilones. Así­ como viejas cuscas y fufuras, chirmoleras y metiches. No faltan los negociantes trinqueteros y chuchos, como camioneteros que se quedan con el moco, de igual manera como hay vendedoras que dan ganancia; viejitos chochos y chusemas, y polí­ticos choteados, en tanto que hay brochas que agarran furia y pistudos o gafos que se toman su almuerzero.

Otros que son brincones cuando están bien a pichinga; chafas cahimbiros; vendedores de Momos que vuelan caite; traidas bien colgadas como chorizo en tienda; choleros igualadotes; lustradores chencos y con cheles; amigos gorrones que quieren entrar de grolis a las tocadas; mujeres que son una chulada, pero con guarachas y con padres gí¼egí¼echos.

Hay compañeros de trabajo que son lo máximo o la pura mamá; pero otros conocidos son malacates y malcabestros que hicieron bastante mamushaca por andar con mamplores matreros que todaví­a toman pacha. En esta temporada de posadas abundan los que parecen hojas de pacaya en cualquier pachanga, que además se creen chileros porque hablan puras pajas.

El viscarro Romualdo Tishudo dice que es fácil distinguir a un chapí­n que se sube en un automóvil para cinco pasajeros con siete personas adentro, y alguien aún se atreve a gritar «Tuaví­a cabe otro».

O si cuando se siente agripado inmediatamente se embarra todo el pecho de «Vicks», además de metérselo en las narices, en tanto que su mamá le prepara la lonchera pese a que ya tiene 32 años de edad, y agrega el «vaa» al final de sus frases, como, por ejemplo «Rico el tótrix, vaa». También es chapí­n, del Altiplano, el que usa la boca para señalar a alguien, sin sacarse las manos de las bolsas del pantalón, y camina todo curcucho.

Aquí­ termino, porque me dieron ganas de hacer cuche.