A mi padre


Mario Gilberto González R.

Mi padre, don Roberto, junto con mis tí­os Miguel y Nayo, truncaron su formación académica, cuando fueron expulsados del Colegio La Juventud, por ser hijos de un enemigo del régimen, al que el tirano mandó a fusilar, en la palma 16 en la entrada de la Finca La Palma, residencia oficial del dictador. Así­ fue como, con esfuerzo y un espí­ritu altivo e indomable, no se dieron por vencidos. Obtuvieron su profesión en la gran Universidad de la Vida y formaron sólidos hogares.


Ser autodidacto en esas condiciones, es un alto honor que enaltece a quien lo realiza y merece la más alta distinción de Magna Cum Laude, porque si las puertas de las aulas se cerraron por un motivo ajeno en su inocencia, las del espí­ritu no y menos las del conocimiento que llegó a ellos, por el preciado camino del hábito de la lectura y la reflexión. Fueron a la vez, maestro y discí­pulo. Y ese ejemplo lo legaron a sus hijos.

A pesar de que existí­a una sola biblioteca pública, mi abuela formó la suya con libros muy selectos. No era biblioteca de cantidad sino de calidad y hasta yo, alcancé a nutrirme de ella en mi niñez y juventud. Muchos de esos libros, fueron la base de mi primera biblioteca, que enriquecida, perdí­ al salir de Guatemala.

Los abuelos eran los empresarios de entonces. Tení­an fábrica de tejidos, de velas y de aceite de higuerillo. La gran tienda La Mariposa, donde vendí­an sus productos, estaba en otra casa de su propiedad en la esquina de la 4ª. Calle oriente y 4ª. Av. Norte, a un costado del Noble Ayuntamiento.

Los empleados fueron vigilados por la policí­a. Abandonaron su puesto de trabajo y los negocios iniciaron su declive. El legado que alcanzamos los nietos, fue habitaciones con telares abandonados, cestos de hilos de varios colores, bobinas de madera, dos tinacos para teñir las telas en completo abandono y deterioro, libros con anotaciones contables y una mariposa grande de hojalata, pintada de vivos colores que fue, el sí­mbolo del almacén de las ventas.

A mi abuela Mamá Tona, no le fue nada fácil sacar avante a sus cuatro hijos en esas condiciones. Su fortaleza fí­sica y la reciedumbre de su espí­ritu, impidieron que se doblegara y orgullosa los hizo personas de bien y competentes trabajadores. Incluso, Marí­a y Juan el Colocho, fueron hijos de casa. Mamá Tona, fue de esas mujeres arrechas, nacidas para la lucha pero también, para levantar don dignidad la frente.

De mi padre guardo muy lindos recuerdos. El primero que, siendo muy joven, enamoró a una preciosa rubita del barrio de la Concepción. Muchas veces, le interrumpió su sueño en altas horas de la noche, con serenatas de música romántica, hasta que la rubita, rendida, cayó en sus brazos. Su nombre era Luz y fue, desde luego, mi madre amorosa.

El nacimiento y crecimiento de mi hermano y primos, coincidió con la tiraní­a de los catorce años y su vivencia no fue nada fácil en la sociedad y los estudios.

Mi padre fue un gran lector. La literatura francesa, las obras de José Milla y las de historia de la ciudad de Santiago de Guatemala, eran sus favoritas. Por él me hice lector a temprana edad. Aprovechaba el fresco de la mañana para salir a caminar. Así­ me enseñó ruinas escondidas entre cafetales y grabileas y me refirió su historia y sus leyendas y sitios donde sucedieron hechos para muchos desconocidos, como por ejemplo, donde mataron a Sotero Carerra, hermano del Presidente Carrera. Poco a poco fui conociendo y queriendo cada dí­a más a mi ciudad natal y desde entonces, me siento orgulloso del sitio donde nací­.

De formación rí­gida y exigencias morales y urbanas, -propias de su tiempo- era cultivador de valores que hoy con facilidad se pisotean. Honradez, entonces digna de una persona. Hoy mala palabra. Lealtad, sí­mbolo de firmeza, hoy se desbarata por un mí­sero plato de lentejas. Respeto, merecimiento alcanzado por cualidades, hoy se irrespeta todo. A Dios, los sí­mbolos patrios, a las personas mayores, la vida, lo ajeno, si el objetivo es alcanzar por medio ilí­citos lo que codicia. El panorama actual es un abanico de ejemplos deplorables.

La figura de mi padre alcanza una estatura excepcional. El pan que llegó a la mesa, fue producto de trabajo y honradez. Su legado fue el enriquecimiento moral de sus hijos y su sólida formación académica. El ser responsable de sus actos, cumplir con fidelidad sus obligaciones, hacer bien las cosas y si salen mal, repetirlas hasta lograrlo; asistir con puntualidad a los compromisos, de preferencia media hora antes; no permitir que el orgullo y la vanidad se apoderen de uno; respetar y enaltecer la dignidad de las mujeres; respetar a los demás en su calidad de personas y sobre todo, dejar huella a su paso sin manchar,

El y mi madre, tení­an bien clara la diferencia entre un legado material y un legado espiritual y los dos, se inclinaban por el segundo. Con mis hermanos, hemos conversado tantas veces sobre este tema y cada vez nos convencemos que su gran anhelo era, el que fuéramos personas de bien. El paso del tiempo, lo confirma.

En su juventud -junto a otros jóvenes- fundaron el equipo de futbol El Pensativo, que llenó de tantas glorias el deporte antigí¼eño y un dí­a, hurgando en la gaveta secreta de una cómoda de caoba, encontró la figura en cartón de un portero, con la camiseta de rayas gruesas blancas y verdes y pantaloneta blanca, las tres piezas de su uniforme: camiseta, pantaloneta y medias, del invencible equipo de futbol El Pensativo y se las llevó a Felipe Contreras para que las luciera en su taller de zapaterí­a. Los recuerdos y comentarios hicieron nacer la idea de fundar un equipo de futbol y le pusieron por nombre Hunaphú. Pancho, hermano de Felipe Contreras, fue un recio defensa y un jugador con clase y el primero con quien se dio vida a la idea. Julio -mi hermano- fue su primer masajista. El uniforme fue: camisola verdes, pantaloneta blanca y medias verdes.

Fue fiel devoto del preciado Nazareno de los Antigí¼eños y para el Viernes Santo, le elaboró su alfombra en la esquina de la 1ª. Avenida y 4ª. Calle oriente. Y como gran conocedor del uso de la regla, la escuadra y el compás, me orientó para hacer en cartón el Palacio Nacional de Guatemala, que presenté como trabajo manual.

A la distancia del tiempo, mi padre sigue siendo un espejo de azoe de buení­sima calidad. Sus consejos y observaciones, son fuentes riquí­simas, donde abrevo la mejor solución, antes las situaciones difí­ciles que la vida me enfrenta.

Me dijo que como humano, podí­a equivocarme y que la sencillez es capaz de aceptarlo, evitarlo y sobre todo, corregirlo.

No puedo olvidar la esperada sobremesa, Era el momento de escuchar el encanto de su fluida narración, que embelezaba y que hací­a vivir lo que contaba. Cuando describí­a a Cuasimodo, nos parecí­a escuchar las campanas de la lejana Notre Dame.