El artículo de esta columna ha sido escrito por una amiga, Ingrid Mansilla de Verdín, quien se encuentra viviendo mucho dolor por la pérdida de su hija, y he decidido ceder mi espacio en esta columna, con el objetivo de ayudar a compartir el sufrimiento y la esperanza que la familia Verdín Mansilla trata de difundir a otras personas que se encuentran en situaciones similares.
crismodenesi@gmail.com
«Â¿Y qué es la vida? Sino un efímero instante
¿Y qué es la vida? Sino la oportunidad de amar intensamente
Sino la alegría de los buenos tiempos y la tristeza de los no tan buenos
Realmente, ¿Qué es la vida? sino la oportunidad de encontrarle un sentido a lo inentendible, a lo absurdo, a lo cruel…
Y la vida es… enfrentar con el corazón los más grandes retos!!!
Aun cuando lo más valioso se ha perdido
Aun cuando las fuerzas se han agotado,
Aun cuando ya no nos queda nada… y nos sentimos débiles.
Porque solo entonces encontramos el sentido de nuestra existencia.»
Hoy quiero escribir sobre lo que sé, o mejor aún, sobre lo que creo saber porque así lo he vivido y porque mi corazón y mi razón así me lo presentan.
Hace escasamente cuarenta días perdí a mi hija de 16 años en un accidente automovilístico, y con ella también perdí parte de mi ser. Observé cómo en un segundo, la vida cómoda, feliz y bendecida que llevaba se desmoronó ante mí y hasta el día de hoy me ha sido difícil encontrar los pedazos que la conforman y aprender a vivir nuevamente. Mi esposo, mis hijos y yo nos encontramos perdidos en un mundo que muy a nuestro pesar sigue girando, respirando? viviendo.
Nuestros familiares y amigos queridos nos han apoyado incondicionalmente y sé que muchos de ellos desearían poder intercambiar lugares con nosotros, aunque fuese por un minuto, para alivianarnos la carga y darnos fuerzas para seguir adelante.
Sin embargo, a pesar del gran dolor que me embarga no puedo negar que la muerte es parte de la vida y que en estos momentos debemos hacer uso del gran don que Dios nos dio? el poder de decisión. Es este poder el que nos hace convertir una situación difícil en una oportunidad de crecimiento.
Hoy lloro a mi hija que se ha marchado pero también agradezco a Dios haberla conocido, haber compartido con ella 16 años de su vida y haber recibido de ella amor incondicional, bondad, comprensión y esa peculiar sabiduría que la caracterizaba a pesar de su corta edad.
¿Qué sucedió? ¿Por qué sucedió? ¿Qué hubiese pasado si…? Todas estas son preguntas sin respuesta, son preguntas que aun cuando tuviesen respuesta no cambiarían en nada la situación. Entonces, por qué no mejor recordar los momentos compartidos, las risas, las anécdotas y las lecciones aprendidas. ¿No es más importante dar valor a la vida de nuestros seres queridos, a sus enseñanzas y al legado que nos dejaron?
Hoy, aunque con gran dolor, deseo contar las bendiciones que he recibido, deseo dar gracias a Dios por la vida, por el amor? por la oportunidad de ser madre, esposa, hija, hermana, amiga.
Después de esta dura experiencia he aprendido varias cosas: primero, que generalmente pensamos que una situación como ésta es «algo que les sucede a otros? pero no a mí» y no estamos preparados para enfrentarla y además, que tampoco pensamos un nuestra propia partida.
Ahora sé, fehacientemente, que cuento con este segundo para hacer de él un momento memorable, un momento que me permita ser parte de la construcción de un mundo mejor. Creo firmemente que mi hija está en un mejor lugar y que Dios la acogió con los brazos abiertos y aunque la extraño muchísimo y debo aprender a vivir una vida diferente sin su presencia física no podría, si Dios me diera el poder, regresarla a la tierra pues comprendo que ahora vuela libremente, como una bella mariposa, en el lugar al que todos debemos regresar? a Dios.
Sé que vienen momentos difíciles con la Navidad y el año Nuevo, pero pienso que esos días y todos los días venideros serán difíciles, pues no es fácil despedirse de una parte de mi ser, sé que ella me acompañará en esta primera Navidad, en este primer Año Nuevo y también en el día de su graduación en el colegio, sin embargo creo que voluntariamente escojo pensar que debo celebrar su primera Navidad en el cielo, su primer Año Nuevo y ? su graduación de la vida.
Espero que Dios haya visto con buenos ojos mi labor como madre y espero estar allí para mis otros dos hijos, José Andrés e Ingrid Marie, para mi esposo Guillermo, para mi mamá, mi papá, mi suegra, toda mi familia y mis amigos.
Percibo que mi tarea en este mundo no ha terminado y aunque no entiendo los misterios de la vida, formo parte de ella y en ese continuo girar del mundo aún me queda algo por hacer.
Quisiera que este no fuera un mensaje de dolor sino un mensaje de esperanza, un mensaje que nos haga pensar que nosotros también partiremos y que serán nuestras acciones nuestro único legado.
Alguien me dijo alguna vez que «el amor se multiplica», y es nuestro deber multiplicar el amor de aquellos seres queridos que ya han partido, multiplicar su legado para que su vida haya valido la pena.