A MANERA DE SíMIL


San Agustí­n escribió (412-426 d.C.) un libro que tituló: La ciudad de Dios compuesto de 22 libros. De éstos, el libro cuarto lo denominó: «La grandeza de Roma es don de Dios».

í“scar Bení­tez Porta

Ahora bien, lo escrito en el capí­tulo IV de tal libro puede, hoy por hoy, referirse a la vida que viven los guatemaltecos a partir de la firma de los Acuerdos de Paz -diciembre de 1996- siendo Presidente de la República de Guatemala: ílvaro Arzú Irigoyen.

San Agustí­n:

«CAPíTULO IV»

CUíN SEMEJANTES A LOS LATROCINIOS SON LOS REINOS SIN JUSTICIA

Sin la virtud de la justicia, ¿qué son los reinos sino unos execrables latrocinios? Y éstos, ¿qué son sino unos reducidos reinos? Estos son ciertamente una junta de hombres gobernada por su prí­ncipe, la que está unida entre sí­ con pacto de sociedad, distribuyendo el botí­n y las conquistas conforme a las leyes y condiciones que mutuamente establecieron. Esta sociedad, digo, cuando llega a crecer con el concurso de gentes abandonadas, de modo que tenga ya lugares, funde poblaciones fuertes y magní­ficas, ocupe ciudades y sojuzgue pueblos, toma otro nombre más ilustre llamándose reino, al cual se les concede ya al descubierto, no la ambición que ha dejado, sino la libertad, sin miedo de las vigorosas leyes que se le han añadido; «y por eso con mucha gracia y verdad respondió un corsario, siendo preso a Alejandro Magno, preguntándole este rey que le parecerí­a cómo tení­a inquieto y turbado el mar, con arrogante libertad le dijo: y ¿qué te parece a ti cómo tienes conmovido y turbado todo el mundo? Mas porque yo ejecuto mis piraterí­as con un pequeño bajel me llama ladrón, y a ti, porque las haces formidables ejércitos, te llaman rey» (1)

Del capí­tulo IX del mismo libro, sacamos lo que sigue:

Porque no podemos negar que dice la Sagrada Escritura: «Una vez habló Dios y oí­ estas dos cosas: que hay en ti, mi Dios, potestad y misericordia; y que recompensarás a cada uno según sus obras». (2)

Por aparte, Santiago en su epí­stola universal, escribió:

«Capí­tulo 1. 20 Porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.»

«Capí­tulo 2.17 Así­ también la fe, si no tuviere obras; es muerta en sí­ misma.»

«Capí­tulo 3.18 Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen paz.»

«Capí­tulo 4.12 Uno es el dador de la ley, que puede salvar y perder: ¿quién eres tú que juzgas a otro?»

(1) San Agustí­n. La ciudad de Dios. Editorial Porrúa, México, D. F., 2006, p.97.

(2) Op. cit., p. 131