A lo mejor estaba muy equivocado


Antes de las elecciones escribí­ varias veces que tení­a la percepción que a la hora de votar lo mismo era Chana que Juana porque notaba que el discurso de los dos candidatos estaba muy acomodado a los intereses de la agenda impuesta por los financistas de las campañas que tení­an como esmero principal mantener el esquema de sus particulares privilegios. Sin embargo, puede ser que haya estado equivocado porque existen algunos indicios de que el nuevo gobierno viene como un aire con remolino, pensando en la implementación de polí­ticas que significarí­an un cambio notable en la vida nacional.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

Guatemala no ha tenido la oportunidad de experimentar gobiernos de corte socialdemócrata porque recordarán los lectores que movimientos de esa naturaleza fueron satanizados a partir de 1954, cuando se dividió artificialmente a la sociedad entre comunistas y anticomunistas. Todo aquel que tení­a un pensamiento progresista, que hablaba de justicia social, era inmediatamente estigmatizado como enemigo de un sistema que se habí­a consagrado por obra y gracia de la intervención norteamericana para entronizar al coronel Carlos Castillo Armas como defensor de los grandes intereses de las empresas norteamericanas.

A finales de los años sesenta se produjo una interesante alianza entre la Democracia Cristiana y las fuerzas socialdemócratas del coronel y licenciado Jorge Lucas Caballeros, producto de lo cual llegaron al Congreso figuras como Adolfo Mijangos López cuyo martirio demostró y ratificó que Guatemala no tení­a el nivel de tolerancia para permitir esa lí­nea de pensamiento. Pese a ser un hombre condenado a vivir en silla de ruedas, fue vilmente asesinado por su pensamiento socialdemócrata.

Luego asumieron el liderazgo de esa corriente dos figuras públicas importantes. Manuel Colom Argueta y Alberto Fuentes Mohr dirigieron sendas organizaciones polí­ticas que tramitaron su inscripción como partidos para luchar en la ví­a democrática por alcanzar el poder para impulsar reformas polí­ticas importantes en un paí­s que mantení­a fuertes resabios de un sistema feudal. Ambos terminaron pagando con su vida su vocación reformista y democrática, porque el sistema no estaba para aceptar ningún tipo de cambio ni propuestas que no encajaran en la visión de los sectores tradicionalmente dominantes de la vida nacional.

Hoy se habla de la socialdemocracia como la nueva fuerza que se hará cargo de la conducción de los destinos del paí­s. La responsabilidad que adquiere ílvaro Colom al pregonar esa postura es enorme, porque puede abrir una brecha importante y significativa para terminar con un molde de dominación de pequeñas minorí­as que han ejercido el control casi absoluto de la situación nacional.

Y tendrá que cuidarse mucho de vigilar a su propio equipo y de mantener no sólo una total probidad, sino que además deberá esmerarse por aparentarla, porque en la medida en que sea más definida y firme su decisión de implementar cambios, mayor será la retopada que vendrá del «status» y por lo tanto no deberá dejar resquicio alguno para que le ataquen por temas como el de la corrupción que puede destruir su esfuerzo. Si la reforma propuesta es tan firme y seria como se dice, los cuidados deberán ser mayores para cuidar los flancos que aprovecharí­an sus enemigos para ir minando a un régimen que se plantea tamaño desafí­o.