A las ví­ctimas desconocidas


Corona de siemprevivas a las ví­ctimas desconocidas, obra fatí­dica de las torrenciales lluvias. En larga cadena, muy larga quedan bajo los escombros del fenómeno natural. E1 postrer instante lo llevan en las pupilas a la eternidad, en medio de ráfagas del cielo, ya no celeste, sino ennegrecido por las implacables tormentas.

Juan de Dios Rojas
jddrojas@yahoo.com

Tareas heroicas de salvamento solo encuentran despojos de esos seres humanos entre destrozos siniestros, a la hora cero, para darles sepultura y volverlos a la tierra. Luctuosos instantes de siglos hieren la sensibilidad de compatriotas que elevan plegarias en silencio, recostados en el corazón, para que el Creador les de descanso.

Mi condolencia a sus deudos, que apuran la copa de la amargura. Apelo a su cristiandad y deseo resignación ante el deceso, generador de hondos sentimientos de padres, esposos e hijos. Enorme como la tristeza misma es la pérdida irreparable que inscribe dolor y vací­o en el seno familiar.

Que a fuerza de constante lucha posibiliten conformidad, a modo de lenitivo, a sabiendas cómo el ciclo vital no detiene su curso. Recuerden que tras la tempestad, viene la calma, asienta puntual un antiguo refrán; capaz de infundir serenidad y poder seguir adelante. Los recuerdos perduran y restañan las heridas.

Considero cuánto agobia el alma de sus deudos, que jamás supieron de sus familiares, nunca identificadas en el lugar de los hechos. Provoca obviamente intensa pesadumbre y ansiedad pensar si finalmente declaran autoridades competentes no encontrarse en la lista trágica de ví­ctimas de las fuerzas descontroladas de Natura.

Hago conciencia del enorme pesar que genera viudez, orfandad y parentescos generales, trémulos aun sus corazones por el impacto psicológico que tapiza las paredes del nivel afectivo. Perdida insustituible constituye esa realidad inmensa; ventanas y puertas sin aquella presencia material reclaman tamaño vací­o.

A cada paso dado en el hogar, veredas, calles, fábrica o el propio campo, traen a la mente de inmediato como mariposas escabullidas, su nombre, su figura y el comportamiento. Indicadores permanentes en suma que dulcifica con el tiempo los dardos de la dimensión de la montaña derrumbada ese fatal instante.

El mejor presente, o la mejor ofrenda al ser victima del infortunio lo conforma la esperanza que hace factible actuar siempre bajo su auspicio. Brotará sin duda alguna, a tí­tulo de florescencia un estado de ánimo que depare tranquilidad y satisfaga con otro color el panorama por sobre todas las cosas.

Aquel fatí­dico suceso es punto de partida para reencauzar los destinos del paí­s; corregir la infraestructura fí­sica existente de poblados en general. Sobre todo, la enmienda de errores, convencidos de la valí­a e importancia de la previsión. Una señal de haber superado de un todo las equivocaciones, vale mucho.

El convencimiento que el conjunto de obstáculos provoca de súbito descomunales tragedias colectivas significa el trazo de nuevos rumbos o derroteros en el acontecer diario. Genera en el acto evocar a esas ví­ctimas desconocidas, cuya perdida ahora tiene otro destino en el cosmos.

Esa macabra lista de ví­ctimas desconocidas, solo el destino las conoce plenamente. Pero que a sus deudos llene de paz espiritual el hecho que su sangre edifica y es a la vez sementeras dirigidas al porvenir.