Desde que el mundo es mundo, a las personas las pierde la ambición desmedida. Los seres humanos flaquean ante cualquier oportunidad de hacer dinero fácil, sin reparar en sentimientos que los frene. Mucho menos ponerle oídos a su otro yo, a veces fiel indicador del comportamiento honesto como debido al instante.
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Pero, a decir verdad, de ambición está empedrado el camino del infierno. Casos y cosas nos demuestran hasta decir ya no, que pueden señalarse con índice acusador en las esferas gobernamentales. A menudo sorprende un poco tiempo la falta de vergí¼enza de quienes se les va la mano. Y después queda en el olvido.
En los últimos años esa reprochable actitud protagonizada con toda desfachatez ocurre en forma recurrente. Peor aun, la cuantía de la ambición supera récords históricos en nuestro país. No son casos de miles, se trata de sumas millonarias que llegan a manos llenas a engordar sus ingresos.
De esa cuenta los impuestos del pueblo, pagados en medio de privaciones incontables paran en los bolsillos de gente inescrupulosa y carente de ética. Y cuando recurren a los desvíos escandalosos ponen pies en polvorosa muy tranquilos, inclusive evadiendo la migración por arte de magia de la más fina, sin temor.
Una vez posesionen de algún cargo en la administración pública, el gusano de la ambición les tuerce el camino correcto y honesto. Hacen hasta lo imposible de apoderarse de lo que el arca abierta tiene y ofrece, ajenos a un nombre y apellido qué cuidar, cegados por amasar fortuna que les permite la oportunidad.
La corrupción, mal de muchos actualmente, gana seguidores a granel, aquí y allá en aras de la sinvergí¼enzada que les motiva a cada instante. ¿Será que no paran mientes en las consecuencias? Bueno, la respuesta de que la impunidad sigue reinante es la mejor garantía y confianza de ejecutar delitos fácilmente.
Cuando ponemos cuidado en pasar revista a tantas dependencias que agrandan el mundo de la burocracia imperante, pronto llevamos el desconsuelo de no existir coto. Mecanismos de rigor son como jugar al ratón y el gato. Nada ni nadie marca un alto a estas actitudes Distantes de la honradez que se escapa del panorama.
Tampoco se trata de satanizar a quien se ponga enfrente, o de ponerlo en el filo de la navaja, así por así. Suficientes motivos existen para los señalamientos del caso en instantes que hay más pobreza y extrema pobreza en diferentes ámbitos nacionales, no se diga en comunidades hundidas en todo sentido.
Con sumas considerables desviadas, término disimulador de los robos impulsados por la ambición sin freno ni castigo, cuántas metas serían cubiertas con holgura. Pero suceden los hechos al margen de la ley y por ningún lado aparece la enmienda. Hoy en día carentes de valores les importa quedarse con valores del patrimonio nacional.
Empero, quien alcanza escalar las alturas en el engranaje burocrático del país, llega dispuesto luego a sacar las uñas largas y hacer fortuna, que al fin y al cabo la fortuna solo una vez toca a su puerta. Entonces trata a toda costa del enriquecimiento ilícito en su favor, sea como sea.
Repito, la ambición rompe el saco es un decir viejo de anteriores generaciones que ahora todo parece indicar, ya no encaja. El saco, sepa de qué material es fabricado que resiste sin límites cuanto lo llenen en plan de sujetos desconocedores de la probidad y restantes principios básicos.