A la vuelta de la esquina


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La muerte, en Guatemala, está literalmente a la vuelta de la esquina y nadie puede sentirse seguro, ni siquiera aquellos que se desplazan rodeados de guardaespaldas porque, como le ocurrió a una persona en el fin de semana en el campo de futbol Perfect de la zona 10, los asesinos no se andan con miramientos y disparan aun contra los protegidos, incluso poniendo en grave peligro la vida de decenas de inocentes, especialmente niños deportistas.

 


No hay dí­a de Dios en el que no ocurra una balacera en nuestro paí­s y ningún barrio, caserí­o o municipio está libre del riesgo que significa simplemente vivir en Guatemala porque es muy alta la probabilidad de que una persona ajena a cualquier tipo de conflicto se vea envuelta en un serio peligro por esa tendencia tan grande que hay a que todo se “resuelve a balazos”.
 
 El problema no es tanto por la existencia de un carácter violento de los guatemaltecos, sino especialmente por la existencia de un régimen de tal impunidad que nadie tiene el menor temor a consecuencias por los crí­menes que cometen. No hay autoridad capaz de imponer seriamente el orden y de cumplir con la obligación de garantizar la vida y la seguridad de los guatemaltecos, con apego al mandato que en forma por demás prioritaria le establece la Constitución al Estado de Guatemala.
 
 Las balaceras están a la orden del dí­a, pero lo más importante es que resultan demasiado escasos los resultados de la investigación para castigar a los criminales y éstos saben que aún y cuando se diera un milagro y fueran capturados, siempre está el recurso de salir bien librados ya sea presionando, amenazando, matando o inclusive sobornando, a los operadores de justicia. Y es tal esa sensación de inseguridad que los mismos jueces y fiscales son parte de esa angustia que nos envuelve a todos los ciudadanos.
 
 Viendo lo que está ocurriendo, notando la incapacidad para frenar la violencia, vuelve uno los ojos a la propuesta de los partidos de oposición para ver si alguien tiene elementales luces. Lamentable es decir que no aparece una propuesta lógica, coherente y sensata que permita alentar esperanzas de verdad y por más que todos quieren centrar su propuesta en el tema, no hay una que de verdad suene convincente y que explique más allá de las aspiraciones. Todos dicen qué quieren, pero falta el cómo y el con cuánto se puede lograr el resultado. Y la sociedad tampoco mueve un dedo para presionar, para exigir, para demandar que nos garanticen la seguridad porque parecemos resignados a vivir así­, con la muerte esperando a la vuelta de la esquina.