A la vista de la Directora General de la PNC


El sábado 28 de abril de 2007 publiqué aquí­ un artí­culo referente a la forma como algunas de las personas que llegan a ocupar los mandos altos de la Policí­a Nacional Civil quedarí­an atadas en su interés de sanear la institución, porque supuestamente son seducidas con sobres repletos de dinero que misteriosamente aparecerí­an en las gavetas de sus escritorios, pocos dí­as después de asumir sus puestos.

Eduardo Villatoro
eduardo@villatoro.com

Además, abordé un informe de la Fundación DESC que señalaba que altos mandos de la PNC exigí­an cuotas a cada uno de los comisarios, los que, a su vez, fijaban un porcentaje semanal a cada contingente, mientras que ciertas autopatrullas tení­an su propio ámbito de acción, en los cuales operan las llamadas «maras», que están organizadas en «clickas», las cuales tienen su perí­metro de control de aproximadamente un kilómetro cuadrado, donde extorsionan a comerciantes, tenderos, ciudadanos comunes.

Según ese análisis, la cadena se inicia o iniciaba con el agente raso de la PNC, que exigí­a una suma determinada de dinero a los integrantes de la clicka, hasta culminar con autoridades de la institución, actuando de intermediarios comisarios corruptos.

El lunes siguiente, desde la sala de la casa que habito observé un autopatrulla estacionado en la acera de enfrente. No le concedí­ importancia, pese a que rara vez un vehí­culo de la PNC ingresa a la colonia donde residimos con mi familia, que sólo tiene un portón de acceso vigilado por guardias privados.

Una hora más tarde volví­ a mirar hacia la calle, y allí­ continuaba el autopatrulla. Llamé telefónicamente a la garita para preguntar si habí­a ocurrido alguna anormalidad. Dijeron que ignoraban las causas de la permanencia en el lugar del vehí­culo policial, cuyos tripulantes dirigí­an su vista hacia la casa donde vivo. En eso recordé el artí­culo que habí­a publicado en torno a la cadena de extorsiones.

Después de llamar a un amigo salí­ de la vivienda y me encaré con los agentes, indicándoles que si ellos sabí­an dónde viví­a con mi familia, yo también habí­a anotado los números del autopatrulla. De inmediato, los policí­as que presuntamente intentaban intimidarme encendieron el motor del vehí­culo y se marcharon. Llamé al Director de La Hora y al despacho del Ministro de Gobernación, para ponerles en antecedentes.

El incidente pudo haber sido mera coincidencia; pero de todas maneras es motivo para desearle éxitos a la Directora General de la PNC en su afán de sanear la institución.

(Mis condolencias al periodista Julio César Anzueto y a doña Carmen por el súbito fallecimiento de su hijo Erick Alfredo, extensivo a su hermano Edgar René. También mi pésame a Yoly por el fallecimiento de su hermano Ovidio Urí­zar Montúfar, compositor y periodista).