A la utopí­a, llama que nunca se deberí­a apagar


Los guatemaltecos debemos provocar la reflexión de hasta dónde hemos llegado como colectivo civilizado y que han terminado con ideales, con aspiraciones sanas y justas.

Julio Donis

Si el poder pervierte hasta corromper completamente la acción humana cuando se le tiene por completo, entonces podemos derivar que como consecuencia de la actividad poderosa de orden corrupta, podrí­a haber una conversión en seres pervertidos a quienes los detentan o ejercen de manera irresponsable.


La anterior aseveración busca en principio, provocar la reflexión sobre los lí­mites a los que hemos llegado como colectivo civilizado; mismos que han terminado como lo hemos visto en este paí­s, con ideales, con aspiraciones sanas y justas de cambiar el mundo y con la misma concepción natural e histórica de una sociedad distinta en la cual las relaciones se regularan armoniosamente; de hecho con vidas.

En segundo plano, estas lí­neas buscan incomodarlo y recordarle, si usted es una persona con poder sea éste formal o real, que para haber llegado a tal condición, la legitimidad tuvo que haber mediado, como filtro para el ejercicio del mismo; en caso contrario algún ideal se rompió, alguna regla se incumplió y alguna utopí­a se decantó.

El camino de la búsqueda de poder es tan legí­timo como la ambición de transformar el desorden social y polí­tico, sin embargo, hay que sumergirse más en ese análisis, dejar la capa subjetiva en la que se concibe al poder como una caracterí­stica personal del que ejerce poder, y situarnos desde la silla de Foucault.

Regreso un momento en el desarrollo de estas ideas para traer a colación la intención verdadera de esta provocación: discernir el costo histórico generacional, de haber embargado y decepcionado verdaderos anhelos de lucha a cambio de pequeños espacios de poder, grandes pero al final efí­meros puestos polí­ticos, grandes pero circunstanciales cuotas de influencia, simbólicos pero formales reconocimientos públicos, o para ser más burdos, jugosos pero embargados salarios.

P. ¿Cómo se ejerce el poder?

R. Retomo el hilo de argumentación y propongo que para hacer ese balance de decepción de utopí­as, veamos la legitimidad del poder haciendo las preguntas que se hizo Foucault: cómo se ejerce el poder, qué tecnologí­as o instrumentales se han usado para ejercer el poder, mediante qué procedimientos se ha ejercido y más relevante, qué consecuencias y efectos se han derivado de ello. El poder de este modo, es un rasgo clave de las relaciones sociales, y con el objetivo de resaltarlo en estas ideas, su ilegitimidad ha roto la aspiración de miles que lucharon y ha diluido en una anomia social, a una generación.

La explicación a dichas preguntas es toda una guí­a metodológica que conduce la noción del poder hasta dimensionar la acción del poderoso que no es el del violento. Primero, el poder es la situación estratégica en un colectivo dado en un momento especí­fico o histórico. El colectivo polí­tico del Congreso ejerció el poder en un momento especí­fico de desgaste institucional, en el marco del desfalco de fondos públicos, sacrificando a su Presidente. Ese mismo cargo fue aprovechado estratégicamente en otro momento dado para «invertir» dichos recursos, en detrimento de la propia legitimidad y la institucionalidad.

Si el poder es dimensionado como una situación estratégica en una colectividad social, su ejercicio es abarcativo a su ámbito, y de la misma forma puede y de hecho sucede una resistencia del que padece dicho poder. La resistencia que despliegan miles de organizaciones sociales que luchan por derechos como la vida, recursos naturales, derechos culturales, económicos no impacta porque el poder ejercido por un conglomerado de élites económicas en este paí­s, han ejercido un poder extensivo en todo el cuerpo social llamado Guatemala, y aún más allá.

Sin embargo, la esperanza de resistencia alumbra allí­ en cualquier punto donde se ejerce el poder. Allí­ donde sigue la faena por el derecho a la vida y a la equidad, asoman nuevas por los rí­os, los bosques y la tierra, sin perder de vista que la transformación es estructural.

La acción del poder dice Foucault es dinámica. La complejidad de dicha acción es progresiva y prospectiva, se trata de impactar en una acción sobre otra acción, sea esta coyuntural o sistemática, sea en el hoy o en el futuro. ¿Cuál es la consecuencia en el nivel cultural y educativo a cinco generaciones, después de haber cuasi desmantelado el Estado guatemalteco militarmente en los ochentas, y luego despojado con la acción privatizoide en los noventas? ¿Cuál será el impacto en el imaginario cultural y social en el tiempo, de haber impuesto una democracia en una civilización como Irak?

Un instrumental de herramientas tecnológicas se ha desarrollado en la historia para ejercer el poder. De la imposición directa de violencia se pasó a la tortura y de ésta al terror, para desarrollar finalmente o debo decir finamente la vigilancia. Si yo te vigilo tú me vigilas y todos nos vigilamos. Ojos tecnológicos en forma de cámaras y micrófonos se ocultan por todos lados para vigilar nuestra seguridad. Lo padeció la sociedad alemana socialista de los ochenta. Hoy en grandes ciudades se podrí­a editar ya el transcurrir de la vida urbana misma, grabadas en cientos de cámaras que asoman en cada esquina. El poder en este caso es la persuasión del vigilante que no necesita castigar, sólo asomar. Claro que sí­ se tiene el poder, se pueden desconectar las cámaras en un momento especí­fico, de acuerdo a una situación estratégica…

Ahora bien, ¿en qué momento un anhelo de transformación social se decanta por una cuota de poder? ¿Por qué cuando se tuvo la oportunidad de estar en el poder, no se correspondió a aquellos ideales? Mi respuesta tiene que ver con la miopí­a que produce el ejercicio del poder de forma ilegí­tima, puesto que ocurre una perversidad por resguardar a toda costa la cuotita de poder, limitando la conducta de los otros y catastróficamente enclaustrando el suyo propio.

«El colectivo polí­tico del Congreso ejerció el poder en un momento especí­fico de desgaste institucional, en el marco del desfalco de fondos públicos, sacrificando a su Presidente»

Julio Donis