A la memoria de Bárbara de Rybar


Marí­a del Mar

Un volcán desplomado golpeó sin piedad nuestro espí­ritu. El dolor transformó el instante, la noticia exprimió sus amargos elí­xires: la gran dama valiente y heroica, la gran trabajadora Bárbara de Rybar se fundió en la luz de la divinidad, se abrazó a la inmortalidad, dio el gran paso etéreo, simbólicamente el primer dí­a del nuevo año 2007. Y mientras el viejo calendario se iba en la barca sin retorno, su corazón dejaba de latir, y se fue elevando poco a poco, silenciosamente asida a rayos luminosos del naciente primero de enero, hacia los sitios sublimes de la eternidad. Su ausencia nos causa un gran vací­o, azuza el desgranar profuso de lágrimas sobre dolidos sentimientos y como en el testimonio bí­blico, en señal de sacrificio nos rasgamos las vestiduras; y con profunda admiración y respeto evocamos su ejemplo, su titánica lucha por borrar el martirio, el suplicio al que fue sometida, al igual que millones de seres humanos, por el horror escalofriante de las atrocidades ejecutadas durante la Segunda Guerra Mundial, apenas cuando atravesaba la primavera de su vida. Este genocidio humano le marcó un alto en el camino de su virtuosa adolescencia; el ventarrón criminal del Holocausto arrasó con su comunidad húngara-judí­a en aquel asilo cadavérico de muerte y de tortura del campo de concentración de Auschwitz, donde quedó tatuado su corazón con el suplicio y la muerte sobre sus hombros, descargada por los esbirros infernales de los opresores sobre toda su familia. Allí­ perdió a sus padres, a sus hermanos, amigos y comunitarios. Un milagro le dio paso a la libertad: Bárbara y su hermana Ana, se salvaron del siniestro tormento del exterminio judí­o. La hecatombe de la destrucción humana y cultural, del fenómeno brutal que convierte al hombre en fiera, inyectando la ponzoña más atroz de la tortura y la muerte para exterminar al enemigo y al mismo tiempo al inocente, nos hace meditar sobre el andamio inseguro sobre el que está plantado el mundo, resquebrajado en sus fuerzas espirituales. Vendrán muchos siglos y pasarán muchos más, pero las oscuras heridas de la noche más larga de la historia del Holocausto seguirán sangrando por los tiempos de los tiempos sin fin, así­ también nos quedará en el espacio espiritual de todas las cosas buenas y nobles de la vida, el recuerdo inmemorable, el ejemplo imperecedero del heroí­smo de Bárbara de Rybar, valerosa mujer, dilecta y fuerte en su temple, que logró derrotar, vencer, derribar con su poderosa fuerza espiritual, todo odio, logró exprimirse toda la amargura sufrida, arrancarse de los ojos y del alma las figuras de los moribundos torturados a base de oración y de amor y logró construir una montaña de fe, de esperanza y de trabajo que infundió y heredó a su familia y a cuantos tuvieron la fortuna de conocerla y de amarla, asimilando su ejemplo y enseñanzas de brillante exégeta, filósofa, escritora y esforzada empresaria, admiradora del destacado polí­tico y escritor Winston Churchill, casada con el exitoso empresario don Jorge Rybar, fundador de la prestigiosa Fábrica Guateplast, fabricante de productos plásticos de altí­sima calidad y fuente próspera de trabajo para Guatemala. La polí­tica de la empresa se cifra en progreso, respeto y apoyo a sus trabajadores, así­ como también de reconocimiento al arte y a la ciencia, ya que ha realizado actividades como el concurso de bell canto y al cumplirse los cincuenta años de la fábrica, uno de inventiva arquitectónica en el que participaron estudiantes de arquitectura de las diferentes universidades del paí­s. Bárbara de Rybar siempre estará con nosotros y en cada dí­a de la vida de sus hijos: Susan, Tommy, Karin, sus nietos, de toda su demás familia y de sus amigos, esperando llenen su corazón con la belleza y la fuerza espiritual que ella les inculcó y escuchen su propia voz cuando dice: «Somos como una ventana con cortinas pesadas, que no permiten que el sol penetre. Pero si renovamos la cortina pesada y dejamos una tela transparente, el sol se filtrará e iluminará a través de la cortina; así­ es con el hombre». Bárbara de Rybar (fragmento).