En corrillos uno se topa con indignados comentarios de mucha gente que piensa que estamos llegando al peor punto en la historia larga de la corrupción en el país, pero fuera del murmullo de café, la verdad es que uno se da cuenta que fuera de unos cuantos que reclaman transparencia, el resto de la gente parece estar acomodada al sistema sin que le afecte el hecho de que se haga piñata con los escasos recursos del Estado y que la calidad de las obras y adquisiciones del Estado sean irrelevantes porque el criterio específico para tomar decisiones es la tajada que le toca a quien firma el contrato o hace la compra.
ocmarroq@lahora.com.gt
En las encuestas de opinión que periódicamente hacen distintas instituciones se nota que el tema de la falta de transparencia no es uno de los que le quitan el sueño a los guatemaltecos. Claro está que desde la perspectiva de lo inmediato es más preocupante la falta de seguridad personal por efecto de la delincuencia que no se ha podido controlar o el tema del costo de vida que afecta a la inmensa mayoría de la población que vive a tres menos cuartillo y apenas si tiene para ir sobreviviendo.
No es fácil entender que los mayores problemas que enfrentamos los guatemaltecos tienen tanto que ver con la corrupción, puesto que ante la violencia e inseguridad no asociamos la cuestión de la impunidad que se convierte en certeza de falta de castigo para los criminales y, por lo tanto, un aliento importante para que los mal vivientes se sientan a sus anchas en un país donde la corrupción crea el manto de la impunidad.
No nos damos cuenta que en cuestiones como el costo de vida tiene mucho que ver, que se ha sustituido la mano invisible del mercado por la mano invisible de los trinquetes que se traducen en componendas para que, mediante acuerdos, se esquilme a la gente. No vemos la relación que hay entre el negocio estatal de la compra de las medicinas y la forma en que los laboratorios y las farmacias se ponen de acuerdo para elevar los precios a los particulares. Para justificar las enormes cantidades que le cobran al Estado tienen que adulterar las condiciones del mercado interno para crear condiciones en las que se pueden despachar con la cuchara grande. Y de paso incrementan exponencialmente sus ganancias.
Preocupados como estamos por el día a día no entendemos la existencia de un sistema educativo marcado por las componendas, no sólo entre gremios magisteriales y autoridades que se traducen en una pésima educación pública, sino en la ausencia de mecanismos de control y supervisión de la enseñanza privada, lo que permite que desde escuelas hasta universidades, cualquier negociante abra su institución educativa aunque sea basura lo que le ofrezca a la gente.
Miles de personas que van a centros privados de enseñanza creen que por estar pagando reciben algo de calidad; los exámenes de aptitud para estudios universitarios les demuestran, cuando ya es muy tarde, que fueron estafados.
La lista es demasiado larga, pero nuestro agobio por el día a día no nos deja ver que mientras no exijamos transparencia, no veremos un país mejor, producto de la correcta inversión de los recursos públicos.