A la espera de un favor 


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Hemos llegado a tierra. Mientras uno de los lancheros cobra a los que ya han bajado, el otro me da su mano para ayudarme a tomar equilibrio en el muelle, Q25 menos en la bolsa y con los pies sumidos en el lodo de la entrada a Santiago, empiezo ese ascenso hacia el lugar en donde la fe, las velas y un poco la curiosidad se mezclaran y harán posible, quizá, que suceda lo que espero.

Claudia Navas Dangel
claudiandangel@hotmail.com


Ha cambiado de lugar, cada tanto, Maximón ambula, es como yo, no puede estar en el mismo lugar por mucho tiempo. Por fin, unas cuadras hacia arriba, un par a la izquierda y otra más abajo y aparece la casa en la que se encuentra.

Como siempre, antes de verlo debo comprar las cosas que requiere. Como todo santo pide velas, los colores dependen del favor que uno quiera, rojas para el amor, verdes para el dinero, celestes para la salud, azules si quieren viajar, blancas por los niños, negras si es necesario quitarse las malas vibras, las envidias…

El trago siempre es necesario, un octavo y un puro, así el mensaje llega más rápido, lo de los pañuelos nunca lo he entendido, tampoco el por qué muchos le tienen miedo.

Es sólo un santo, como los que se yerguen en las iglesias católicas, como los que aparecen en las estampas que venden en el mercado, como los que vienen impresos en unas veladoras.

Será por el puro, por el alcohol, para mí eso lo hace más cercano, más parecido a lo humano, a mí. Es la muestra más clara de la sabiduría indígena que no perdió su fe ni sus raíces, pero lo ladinizaron, lo fusionaron con un santo “cristiano” para que pudiera seguir ahí, reinando en lo alto de Santiago, con la brisa del lago por cariño, con los vientos del Xocomil por heraldos, con la sombra de los volcanes por refugio. Mientras coloco las velas ante él, lo sacerdotes rezan lentamente, a ratos en español, a ratos en tz’utujil, el olor del copal y el incienso se mezclan con el azúcar quemada en una ceremonia anterior. Cierro los ojos mientras el humo de las velas se eleva, pido, rezo, empiezo a sentir calor, dejo el octavo y el puro a los pies de Maximón. Camino de regreso al muelle de Santiago, mientras la llovizna empieza a mojarme la cara, volteo para recordarle al Santo con un gesto a lo que he venido, puede que pase, eso voy a creer, espero, puede ser…