A la espera de los muertos


Dos hombres aymaras rezan en la tumba de un familiar, en el cementerio de la Villa Ingenio. FOTO LA HORA: AFP Aizar Raldes

Una familia indí­gena boliviana baila, bebe y come en un cementerio cercano a La Paz en torno a la tumba de su ser querido, cuyo espí­ritu retorna al mundo de los vivos como cada 2 de noviembre, Dí­a de Todos los Santos, en una tradición que se remonta a épocas arcanas.


Venta de flores en la entrada al camposanto. FOTO LA HORA: AFP Aizar RaldesLos familiares de los finados ofrecen comida. FOTO LA HORA: AFP Aizar RaldesUn niño cuida el pan de muerto que pusieron en una tumba. FOTO LA HORA: AFP Aizar RaldesUna mujer le reza a su hija, que fue enterrada en La Paz, Bolivia. FOTO LA HORA: AFP Aizar Raldes

El alma de Elsa Yujra, fallecida por enfermedad a los 64 años en febrero de 2009, regresó con los suyos por unas horas, según su esposo, Isidro Lecoña, quien combina su creencia ancestral indí­gena con el catolicismo, una práctica que no desaparece y, al contrario, se ha generalizado entre los bolivianos.

«Hemos venido a despachar el alma de mi esposa porque ayer (Dí­a de los Difuntos) la recibimos en casa», señala Lecoña que, junto a los dos hijos y los hermanos de la difunta, muestra una provisión de alimentos que solí­a gustarle a su esposa.

Según la tradición, el 1 de noviembre los espí­ritus vuelven al mundo de los vivos y un dí­a más tarde retornan al más allá, razón por la que son despedidos con homenajes y fanfarrias por sus familiares.

«Le gustaba la sajta (guiso de gallina), por eso hemos traí­do», dice Lecoña, que ha montado un arreglo de velas, flores, frutas, panes y golosinas alrededor de la tumba de su mujer muerta.

En otras tumbas del cementerio general de Villa Ingenio, a 25 km al oeste de La Paz, en los 3.800 metros de la altiplanicie andina, los familiares beben abundante cerveza -a veces hasta quedar dormidos- y bailan los aires folclóricos de preferencia del difunto.

Zampoñas (instrumento andino de viento) y tambores hacen el fondo musical de esta curiosa festividad, además de mariachis, si ese era el gusto musical de preferencia del muerto al que se recuerda.

Los dolientes forman toda una parafernalia alrededor de la llegada de las almas: elaboran escaleras de pan -para que el espí­ritu no tenga dificultad para retornar del mundo terrenal al celestial-, o caballos, para que el viaje le sea leve.

Según el ritual «los «ajayus» (espí­ritus) que regresan de las montañas para convivir durante 24 horas con sus familiares, amigos y seres queridos», explica Nicolás Wallpara, jefe de artes populares de la alcaldí­a de La Paz.

La tradición indí­gena ha trascendido a otras capas sociales de la clase media que honran a sus muertos en el cementerio central de las afueras de La Paz. En otros lugares como Tarija o Santa Cruz lo hacen por la noche.

En La Paz, la tumba del popular comunicador y polí­tico Carlos Palenque, fallecido en 1997, congrega a cientos de personas.

La tumba del cura español Luis Espinal, torturado y asesinado por paramilitares al servicio de la dictadura militar de los 80, y considerado «mártir de la democracia», recibe también decenas de visitas.

El rito pagano-religioso de «recibir a las almas» es tolerada por la Iglesia católica que, sin embargo, la ve con alguna aprehensión.

«El Señor no nos invita a que nos pongamos a llorar, ni a repetir gestos que no son los auténticamente cristianos, porque recordar a nuestros difuntos no se reduce a ir a encontrarnos con un poco de huesos en un cajón de madera», dijo este martes en su homilí­a el cardenal Julio Terrazas.