Ni gritos de dolor, ni acentos de ira
hallo en mi corazón. Al contemplarte
desfallece mi voz, mi canto expira.
¿Dónde el numen hallar para cantarte
la ardiente inspiración que al despertarte
haga estallar las cuerdas de mi lira?
El estro audaz, la inspiración bendita,
ambiente y luz y espacio necesita
en su noble y febril desasosiego;
necesita en la gran naturaleza
ejemplos de virtud y de grandeza
que arrebatar en su órbita de fuego.
Aquí donde se extiende asoladora,
como incendio voraz, la tiranía
implacable, feroz, aterradora;
donde cubre a la ardiente fantasía,
cual fúnebre sudario, ¡patria mía!,
atmósfera letal y abrumadora.
Aquí donde cobarde y sin aliento
se oye no más el mísero lamento
que alza un pueblo infeliz y envilecido;
donde, en vez del estruendo de la lucha,
solamente se escucha
del infame látigo el crujido.
No es posible cantar: la mente inquieta
de sacudir aquí no encuentra modo
la oprobiosa estrechez que la sujeta;
aquí, encerrado en círculo de lodo,
en vez de inspiración siente el poeta
vergí¼enza de los hombres, y de todo.
No, no es aquí donde de luz sediento
de espacio y libertad el pensamiento
pueda ensayar el vuelo soberano;
sólo desde las cumbres de los Andes
se atreve a desplegar sus alas grandes
el altivo cóndor americano.
No es aquí donde el alma soñadora
puede saciar la sed que la devora
de santa libertad y de poesía;
no es aquí donde en estro levantado
puede hablar el poeta acostumbrado
a pensar y sentir con osadía.
No es aquí, ¡vive Dios! el noble anhelo
de levantarse y escalar el cielo
en pro de un astro que esplendente asoma,
el ansia de la gloria sacrosanta
del corazón de un pueblo que se levanta,
y no del fango en que se hundió Sodoma.
¡Ah! ¿y es esto verdad, patria querida?
¿Es verdad que a los pies de quien te abate
te arrastrarás por siempre envilecida?
¿Ya ese tu joven corazón no late,
que dejas ¡ay! sin ira y sin combate
«que te arranquen los déspotas la vida»?
¿Es verdad ¡oh mi patria! que en tu suelo,
americano edén, pénsil de flores,
se haya extinguido todo noble anhelo;
que estás agonizando de dolores,
y no bajan mil rayos de tu cielo
a confundir a siervos y opresores?
Ismael Cerna (Guatemala, 1856-Guatemala, 1901)