¡A COMBATIR LA POBREZA!


Es el eslogan de moda que todos nuestros politiqueros tropicales, cuando están en campaña electoral ofrecen, en caso de ganar las elecciones, como parte de las acciones a implementar en su futuro gobierno. Todos tienen como objetivo principal hacer de los pobres seres dignos, éstos serán el motivo de su hipotético gobierno, no habrán de descansar hasta ver desaparecer hasta el último pobre que haya, etc., etc. No sé si el hacer semejante promesa obedece a su ignorancia o mala fe. Si es por ignorancia, con ello demuestran su total desconocimiento de nuestra realidad. Si es por mala fe, revelan la naturaleza perversa de su ser, pues ofrecen algo que saben de antemano que no cumplirán, algo que en sí­ mismo es imposible de realizar, no porque deban existir siempre pobres (como aseguran unos), sino porque no es la pobreza la que se combate sino las estructuras sociales que la generan.

Harold Soberanis

Así­ pues, al hacer tan fantástica promesa lo único que queda claro es su codicia desmedida por llegar a la presidencia, no para hacer de este paí­s algo mejor, sino para engordar sus privadas cuentas bancarias.

Ahora bien, a lo que deseo referirme en esta ocasión, es que en esta dichosa frase (combatir la pobreza) subyacen una serie de ideas y prejuicios cuyo fin es sesgar la realidad.

En efecto, la pobreza no se combate, pues ésta no es causa sino consecuencia de las estructuras de dominación que nos mantienen en este atávico subdesarrollo general. La pobreza es el resultado de las condiciones de desigualdad e injusticia que sirvieron de base para fundar este paí­s, por lo que de lo que se trata es de cambiar dichas bases. Al transformar las estructuras de inequidad que prevalecen, la pobreza deberá desaparecer. Tal transformación significa dejar de privilegiar a los sectores poderosos que, históricamente, se han enriquecido gracias a la explotación y codicia que ejercen sobre los sectores marginados. Esto pasa, claro está, por la consolidación de un verdadero estado de derecho que trate a todos como iguales. Por eso, de no ser una obscenidad, resultarí­a cómico escuchar a los representantes del poder económico insistir constantemente sobre la construcción de tal estado de derecho. Serí­a cómico, digo, porque quienes más hablan de un estado de Derecho son los mismos que nunca han respetado las leyes, son quienes siempre se han burlado de la justicia y quienes con su actuar han prostituido todo el sistema de justicia comprando a jueces y abogados y retorciendo las leyes a su conveniencia.

Un prejuicio, convertido en verdad inmutable, que se esconde cuando se habla de combatir la pobreza, es el hecho de que se da por sentado que ésta (la pobreza) es algo natural, algo que siempre existirá y que nunca se podrá erradicar. La idea de que la pobreza es algo que siempre habrá de existir y que hagamos lo que hagamos nunca desaparecerá, es una pseudoverdad que forma parte de una ideologí­a cuyo fin es justificar la dominación de una clase sobre otra. A la aceptación de esta supuesta natural condición humana, ha contribuido también la religión (factor de poder que siempre ha estado al servicio de la clase dominante) al haber glorificado la pobreza, asegurando que no importa que seamos pobres en este mundo pues la verdadera riqueza se encuentra en un ficticio paraí­so ultramundano. Con esto, los poderes dominantes han conseguido que la gente se conforme, pensando en la recompensa que le espera en otro mundo (del cual no tenemos la más mí­nima garantí­a) si se porta bien. La pobreza, desde ningún punto de vista, puede ser algo bueno. La pobreza es una ofensa a la dignidad del hombre. Por lo tanto no podemos, ni debemos, aceptarla como algo natural. Esto tampoco significa que entonces el ser rico sea lo correcto. Lo bueno, moralmente, es que todos tengamos las condiciones materiales mí­nimas que nos permitan una vida decente. Lo deseable es que, en base a nuestro trabajo, podamos dar a nuestros seres queridos lo necesario que les permita desplegar su existencia de manera integral con el fin de alcanzar su realización como seres humanos. En fin, lo justo es que todos podamos llevar una vida humanamente digna.

Es falso que los pobres lo sean porque les gusta serlo. Nadie en su sano juicio puede pretender aspirar a llevar una vida miserable. No niego que haya quienes prefieran vivir en condiciones limitadas pues no desean realizar ningún esfuerzo para superarse. Pero éstos son los menos. La mayorí­a de personas, si se le dan las oportunidades y las condiciones mí­nimas, están dispuestas a trabajar honradamente para hacer de sus vidas algo bueno.

Este es el caso, por ejemplo, de los mareros. La mayorí­a de ellos están dispuestos a vivir honestamente si les dan las condiciones para hacerlo. Lo que pasa es que muchos de ellos desde que nacen están condenados a repetir la vida de miseria de sus familias. Cuántos jóvenes no tienen la más mí­nima oportunidad de trabajar o estudiar. Ante una realidad así­, no hallan otra opción que integrarse a una mara pues allí­ encuentran el apoyo y el sentido existencial que se les niega fuera. No es mi intención hacer una apologí­a de la delincuencia, únicamente trato de reflexionar sobre las condiciones materiales que condenan a miles de seres humanos a llevar una vida al margen de la sociedad.

Se ha dicho muchas veces que una causa que ha generado la aparición de las maras es la desintegración familiar. Pero, ¿cuáles son las causas de dicha desintegración? ¿Acaso nadie quiere tener una familia donde encuentre un sentido para su vida? Es posible que muchos prefieran vivir aislados. Pero la mayorí­a desean tener un hogar. Entonces, ¿por qué hay tantas familias desintegradas? A mi juicio, una causa de esta realidad es la pobreza en la que se debaten miles de seres humanos. Vivir en condiciones materiales miserables provoca una serie de conflictos a lo interno de las personas, lo que repercute en una degradación en sus relaciones con los otros. Como consecuencia de esto se ve dañada la convivencia familiar desembocando en una falta de comunicación y posterior desintegración. De esa cuenta, pues, es la pobreza, en muchos casos, la causa de la destrucción de las familias con los consiguientes efectos negativos en la sociedad.

Muchos dirán que esto que menciono no es verdad y para corroborarlo pondrán el ejemplo de fulanito o zutanito que, siendo pobre supo formar una buena familia y salir adelante. Pero los ejemplos que puedan señalar, demostrarán lo que digo pues, precisamente por ser ejemplos aislados, no desvirtúan la regla sino que la confirman.

No creo, entonces, que se deba combatir la pobreza, sino las causas estructurales que la generan y que han llevado al nivel de degradación social en que nos encontramos. Tampoco se trata de lanzar moralinas, pretendiendo hacer creer a la gente que reforzando nuestros valores o entregándonos a una causa religiosa es como vamos a cambiar nuestra realidad. Tampoco es cuestión de actitudes, pues si con cambiar nuestra forma de ser u orar fervientemente bastara, todos estarí­amos dispuestos a hacerlo y fácilmente se transformarí­a esa realidad. No rechazo la importancia de la reflexión ética y la formación de valores en las generaciones jóvenes, pero creo que afirmar que la solución a la problemática social que vivimos sea tan simple como cambiar de actitud, ser positivos u optimistas, es escamotear la verdadera causa de nuestro subdesarrollo, es sesgar la realidad y condenarnos a vivir en la misma miseria.

La tarea urgente es, pues, transformar las condiciones estructurales (materiales) que nos mantienen en esta condición. Para ello, debemos involucrarnos en los asuntos que nos atañen como ciudadanos, debemos politizarnos y ser más crí­ticos, para que nuestra participación no sea sólo un ornamento. El ser crí­ticos implica saber escoger a nuestros gobernantes y no creernos de sus falsas promesas cuando aseguran que combatirán la pobreza. Aprendamos a distinguir entre un polí­tico y un politiquero, pues en esa distinción se juega nuestro futuro.