Pocas situaciones vividas durante el conflicto armado interno me generaron personalmente tantos sentimientos de culpa como lo ocurrido en la Embajada de España hace 30 años, puesto que como aparece consignado en el informe de la Comisión de Esclarecimiento Histórico, me tocó atender al grupo de campesinos que durante el mes de enero recorrieron las redacciones de los periódicos y noticieros de la época para expresar los problemas que estaban sufriendo las comunidades de Quiché por la violenta represión en su contra.
Eran días aciagos para la prensa del país y en mi caso me había tocado ya ver cómo varios de los reporteros nuestros habían sido víctimas de esa represión. Con pena y preocupación les expliqué a los campesinos que vinieron a nuestras instalaciones que nos era imposible cumplir con su deseo de difundir las atrocidades que estaban sufriendo porque también nosotros estábamos expuestos a represalias violentas. Ellos pretendían que mediante la denuncia a los medios de comunicación tanto la sociedad guatemalteca como la comunidad internacional supieran de lo que estaba pasando en poblados remotos de donde no salía información precisa y objetiva. Pasaron los días y ningún medio de comunicación hacía eco del llamado de los campesinos para que se pusiera atención al drama que estaban sufriendo. Yo seguía sintiéndome mal por mi silencio porque aun y cuando la decisión fuera importante para preservar la vida propia y de los trabajadores del diario, sentía el conflicto ético causado por el gesto cobarde. Por ello cuando me enteré de la toma de la Embajada de España supe exactamente que esos campesinos habían agotado todos los medios pacíficos para dar a conocer la situación atroz que estaban viviendo y, desesperados, recurrieron a medidas de hecho que permitieran exponer ante la opinión pública lo que estaba pasando. Para buena parte de los jóvenes de hoy en Guatemala, esas experiencias del conflicto armado interno pueden resultar inexplicables y absurdas, sobre todo ahora que vemos que los medios de comunicación adoptan posturas críticas contra las autoridades de todo nivel sin temor a consecuencias violentas. Pero en aquellos días la situación era muy distinta y dirigir un medio de comunicación obligaba a una autocensura cuidadosa porque uno sabía las consecuencias que tendría la publicación de algunas informaciones, no digamos de algunas opiniones. Eran días en los que resultaba imposible subsistir sin esas precauciones y aún tomándolas, muchos murieron. Para la realidad de hoy, con todo y que seguimos mostrando enormes resabios de intolerancia, puede ser incomprensible la autocensura de aquellos tiempos y seguramente que algunos persistirán en negarla, pero era una realidad vital. Desde mi punto de vista es importante señalar que los campesinos que vinieron a la capital lo hicieron con la intención de dar a conocer al mundo las estrategias contrainsurgentes que se estaban aplicando violentamente en el país. Aquí no vinieron armados ni mostrando actitudes violentas y pienso que lo mismo fue en otros medios de comunicación. El cierre de espacios, que puede ser comprensible por las circunstancias pero que sigue generando en mí ese profundo dilema ético, el más grande y grave que he tenido en el ejercicio de mi profesión, los llevó a actuar de manera desesperada. Si algún medio de comunicación y si yo, concretamente, me hubiera sobrepuesto al miedo y publico su denuncia, seguramente no hubiera habido una ocupación trágica como la que ocurrió días después en la Embajada de España y ese recuerdo nunca me ha abandonado.