A 30 años del drama de la Embajada de España


Pocas situaciones vividas durante el conflicto armado interno me generaron personalmente tantos sentimientos de culpa como lo ocurrido en la Embajada de España hace 30 años, puesto que como aparece consignado en el informe de la Comisión de Esclarecimiento Histórico, me tocó atender al grupo de campesinos que durante el mes de enero recorrieron las redacciones de los periódicos y noticieros de la época para expresar los problemas que estaban sufriendo las comunidades de Quiché por la violenta represión en su contra.

Oscar Clemente Marroquí­n

Eran dí­as aciagos para la prensa del paí­s y en mi caso me habí­a tocado ya ver cómo varios de los reporteros nuestros habí­an sido ví­ctimas de esa represión. Con pena y preocupación les expliqué a los campesinos que vinieron a nuestras instalaciones que nos era imposible cumplir con su deseo de difundir las atrocidades que estaban sufriendo porque también nosotros estábamos expuestos a represalias violentas. Ellos pretendí­an que mediante la denuncia a los medios de comunicación tanto la sociedad guatemalteca como la comunidad internacional supieran de lo que estaba pasando en poblados remotos de donde no salí­a información precisa y objetiva. Pasaron los dí­as y ningún medio de comunicación hací­a eco del llamado de los campesinos para que se pusiera atención al drama que estaban sufriendo. Yo seguí­a sintiéndome mal por mi silencio porque aun y cuando la decisión fuera importante para preservar la vida propia y de los trabajadores del diario, sentí­a el conflicto ético causado por el gesto cobarde. Por ello cuando me enteré de la toma de la Embajada de España supe exactamente que esos campesinos habí­an agotado todos los medios pací­ficos para dar a conocer la situación atroz que estaban viviendo y, desesperados, recurrieron a medidas de hecho que permitieran exponer ante la opinión pública lo que estaba pasando. Para buena parte de los jóvenes de hoy en Guatemala, esas experiencias del conflicto armado interno pueden resultar inexplicables y absurdas, sobre todo ahora que vemos que los medios de comunicación adoptan posturas crí­ticas contra las autoridades de todo nivel sin temor a consecuencias violentas. Pero en aquellos dí­as la situación era muy distinta y dirigir un medio de comunicación obligaba a una autocensura cuidadosa porque uno sabí­a las consecuencias que tendrí­a la publicación de algunas informaciones, no digamos de algunas opiniones. Eran dí­as en los que resultaba imposible subsistir sin esas precauciones y aún tomándolas, muchos murieron. Para la realidad de hoy, con todo y que seguimos mostrando enormes resabios de intolerancia, puede ser incomprensible la autocensura de aquellos tiempos y seguramente que algunos persistirán en negarla, pero era una realidad vital. Desde mi punto de vista es importante señalar que los campesinos que vinieron a la capital lo hicieron con la intención de dar a conocer al mundo las estrategias contrainsurgentes que se estaban aplicando violentamente en el paí­s. Aquí­ no vinieron armados ni mostrando actitudes violentas y pienso que lo mismo fue en otros medios de comunicación. El cierre de espacios, que puede ser comprensible por las circunstancias pero que sigue generando en mí­ ese profundo dilema ético, el más grande y grave que he tenido en el ejercicio de mi profesión, los llevó a actuar de manera desesperada. Si algún medio de comunicación y si yo, concretamente, me hubiera sobrepuesto al miedo y publico su denuncia, seguramente no hubiera habido una ocupación trágica como la que ocurrió dí­as después en la Embajada de España y ese recuerdo nunca me ha abandonado.