A 25 años de tu cobarde y aberrante detención y desaparición forzada


«Te arrancaron la vida, se robaron tu cuerpo, pero no pudieron quitarte de nuestra memoria».

Marylena Bustamante, A-1 489345

Emil Bustamante López nació en la época de la primavera guatemalteca, el 30 de marzo de 1949. Fue el tercero de los cinco hijos que procrearon Elmo Bernardo Bustamante Calderón y Zoila Mercedes Ortiz López.

En su primera infancia, Emil padeció serios quebrantos de salud que le mantuvieron hospitalizado por más de un año. La dedicación de sus padres junto a los tratamientos de los médicos de la familia Marí­a Isabel Escobar y Roberto Figueroa, le permitieron superar esa etapa. Esta experiencia infantil le enseñó el respeto a toda expresión de vida, así­ como la solidaridad hacia los seres más vulnerables.

Sus padres, tí­os y abuelos siempre le tuvieron un especial afecto ya que su personalidad cariñosa y colaboradora obligaba a que se le tratara con deferencia.

Estudiante brillante

Durante su infancia, estudió el párvulos y la primaria en la escuela rural mixta República de Puerto Rico, en la aldea La Barreda, caminando a diario los diez kilómetros que separaban su casa de la escuela. Fue desde entonces que descubrió que sus altas calificaciones llamaban positivamente la atención de su severo padre.

Sus estudios de secundaria los llevó a cabo en el colegio Don Bosco, donde además de destacarse como uno de los mejores estudiantes, se desempeñó como acólito en la misa dominical, hasta que logró que el sacristán de la iglesia de la Parroquia le sellara, sin más trámite, la constancia de asistencia a misa, lo cual le permití­a dedicar más tiempo a sus guapas enamoradas y sus amigos Degandarias, quienes hoy son músicos reconocidos a nivel mundial.

Al terminar la secundaria aplicó y ganó una beca en la Escuela Nacional de Agricultura, ENCA, donde no tardó en destacarse como el mejor alumno. Por su rendimiento académico, fue premiado con un viaje a Veracruz y la ciudad de México.

En 1979 ingresó a la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootencia, de la Universidad de San Carlos, donde además de su ya acostumbrado desempeño académico sustentó su naturaleza de lí­der, ocupando cargos de elección, como la presidencia de la asociación de estudiantes de la facultad y la representación ante el Consejo Universitario. En septiembre de 1975 se graduó con honores como médico veterinario, para dar inicio a una etapa profesional que siempre fue acompañada de constante estudio y superación, pero esta vez dirigida al campo de las ciencias sociales.

Su participación estudiantil aunada a una comprometida labor docente y participación polí­tica marginal, llamó la atención del gobierno represivo de turno y le obligó a tramitar una beca de estudios ante la Fundación Ford, para sacar la maestrí­a en sociologí­a rural en la Universidad de Costa Rica, como parte del programa de formación de CLACSO.

Profesional exitoso

Desde estudiante de los primeros años de veterinaria, se desempeñó como maestro de agricultura del correccional de menores que en esa época se ubicaba en San José Pinula. La primera semana le tocó cambiar más de una llanta de su enorme y viejo pick up verde, sin embargo su tenacidad pudo más que la picardí­a de los muchachos y finalmente logró desempeñara su cargo, basándose en la metodologí­a de Makarenco. Los estudiantes le premiaron con un reconocimiento escrito a mano en una hoja de papel bond, que siempre valoró como el mejor de sus diplomas.

Entre sus oficios más gratos estaba el de compartir conocimientos con campesinos criadores de pequeños ganados: ovejas, cabras, cerdos y pollos. Enseñaba cómo cuidar y optimizar los animales, para que la gente en el campo mejorara su calidad de vida. Siempre se esforzó para que los guatemaltecos se desarrollaran intelectualmente.

Como docente desempeñó cargos en la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia. Fue director fundador y docente en el Centro Regional de Huehuetenango CUNOROC, donde acompañó a jóvenes estudiantes en sus viajes de aprendizaje por Guatemala, especialmente al altiplano y Las Verapaces. Enseñó a sus alumnos la realidad rural, para que conocieran cómo luchaban para sobrevivir la mayorí­a de guatemaltecos y descubrieran la desigualdad con que se relacionaba nuestra sociedad. Su miseria material en contraste con la riqueza cultural y espiritual.

Estudió y se preparó para servir a nuestro paí­s, pero pronto se topó con la injusticia y la imposibilidad de encontrar una ví­a pací­fica para cambiarla. Fue en ese entonces que participó junto a Ronald Villagrán, Mario Munguí­a «Guigui» (ambos asesinados posteriormente por las fuerzas represivas del Estado guatemalteco) y otros universitarios solidarios, en la organización de la histórica marcha de los mineros de San Idelfonso Ixtahuacán, lo cual le valió la persecución que le hizo optar por el autoexilio en Costa Rica.

Al retornar al paí­s con estudios de posgrado en sociologí­a, se encargó del área de Realidad Nacional de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia, pero sus pensamientos democráticos expresados en clase le colocaron nuevamente en la mira de los opresores de inteligencias y asesinos de ideas, por lo que tuvo que renunciar al cargo y trasladarse a la dirección de Centros Regionales de la Universidad de San Carlos de Guatemala, con sede en la rectorí­a. Fue en ese entonces cuando se incorporó a la militancia revolucionaria como cientí­fico e intelectual; sus armas fueron la enseñanza de la ciencia y el diálogo.

Desaparición forzada

El 13 de febrero de 1982, cuando tení­a 32 años y era padre de una niña de tres años y de otra que vení­a en camino, fue detenido y desaparecido por el Ejército del gobierno de Fernando Romeo Lucas Garcí­a en la entrada a Santa Catarina Pinula. Lo vieron con vida, aunque brutalmente torturado, en el Cuartel General de Matamoros, el 23 de marzo de ese mismo año; dí­a en que con la modalidad de triunvirato, asaltó el poder efraí­n rí­os montt, militar que pasará a la historia como el máximo genocida que haya conocido América Latina. Sometido a torturas y condenado sin juicio ni defensa alguna. Finalmente lo asesinaron y su cuerpo, como los de muchos otros miles de guatemaltecos, ha sido robado para que ninguno de los que lo amamos encontremos sus restos.

Exijo al Estado de Guatemala y a su Ejército que entreguen al pueblo los archivos donde constan las acciones de la represión. Que se sepa por quiénes, dónde, cuándo, cómo y por qué fueron secuestrados, torturados, asesinados y desaparecidos.

Exijo que me entreguen su cuerpo y revelen donde están los cementerios clandestinos. Que se acaben para siempre los escuadrones de la muerte que todaví­a funcionan… que todaví­a secuestran, torturan y asesinan.

Somos más de cuarenta y cinco mil familias las que reclamamos noticias de nuestros seres queridos, los que no dejamos pasar el robo de sus cuerpos, los que levantamos nuestra voz incansable pidiendo justicia, aunque el miedo coexista entre nosotros. Todos queremos que ellos y ellas vuelvan a casa aunque sea en un ataúd.