Rusia se preparaba hoy para rendir un último homenaje a su primer presidente, Boris Yeltsin, que será enterrado mañana en el cementerio de Novodevichi, donde reposan los grandes hombres del paí­s.

Boris Yeltsin, que dio el golpe de gracia a la URSS en 1991, abriendo bruscamente el paí­s al capitalismo, falleció ayer a los 76 años de un paro cardí­aco a causa de una insuficiencia cardiovascular.

Una ceremonia fúnebre precederá su entierro, en la imponente catedral del Cristo Salvador, donde desde hoy a las 16:30 hora local el ataúd abierto será presentado al público hasta mañana a las 12:30 hora local, anunció el Kremlin.

Esta catedral, toda blanca con una cúpula dorada y situada en la orilla del rí­o Moskova, fue dinamitada por orden de Stalin en 1931 y luego reconstruida en forma idéntica en los años ’90, bajo la presidencia de Yeltsin.

Los ex presidentes de Estados Unidos George Bush padre y su sucesor Bill Clinton son esperados en Moscú, anunció el ministerio ruso de Relaciones Exteriores citado por Interfax.

Se decretó un dí­a de duelo nacional el miércoles y el presidente ruso Vladimir Putin postergó hasta el dí­a siguiente su discurso anual ante el Parlamento.

La tumba del primer presidente ruso estará cerca de la de Alexander Lebed, quien lo apoyó el 19 de agosto de 1991 durante el golpe de Estado contra Mijail Gorbachov, y cuya unidad militar fue la primera que se puso de parte de Boris Yeltsin cuando se presentó para defender al Parlamento.

El dirigente soviético Nikita Jrushev, los escritores Anton Chejov y Nikolai Gogol, los compositores Dmitri Shoshtakovich, Serguei Prokofiev y Alexander Scriabin, así­ como el cantante de ópera Fedor Shaliapin, el pintor Isaac Levitan y muchas otras personalidades descansan en ese cementerio.

Todos los periódicos le dedicaron sus portadas. Los diarios lo calificaron de «último héroe» de la polí­tica rusa, de «hombre apasionado» que «ha transformado al paí­s y la vida de cada uno de nosotros».

Para el diario económico Vedomosti, Boris Yeltsin reveló ser uno de esos personajes contradictorios «sin los cuales los grandes giros históricos son imposibles». Fue «el primer dirigente ruso, y el único hasta la fecha, en haber tenido la valentí­a de pedir perdón públicamente a su pueblo» por sus errores, según este cotidiano independiente.

Su muerte desencadenó numerosos homenajes procedentes del mundo entero. El más rápido en reaccionar fue su antiguo colega Mijail Gorbachov, ex presidente de la Unión Soviética y padre de las reformas llamadas «perestroika» (en ruso «reestructuración» de las reformas económicas), y «glasnost» (en ruso «transparencia» en materia polí­tica y cultural»), que abrieron el camino a la era Yeltsin.

Del resto del mundo llegaron rápidamente homenajes del presidente de Estados Unidos, George W. Bush, de la canciller alemana Angela Merkel, del presidente de Francia, Jacques Chirac, y del primer ministro británico Tony Blair.

El mandatario ruso Vladimir Putin, su delfí­n polí­tico, lo hizo más tarde. Una «nueva Rusia democrática, un Estado libre abierto al mundo», nacieron gracias a Boris Yeltsin, afirmó.

Estos homenajes constrastan con las reacciones de desprecio y odio de los moscovitas que salí­an del trabajo o paseaban por las calles poco después del anuncio de su muerte.

Algunos peatones le reprocharon amargamente la forma en que las privatizaciones fueron llevadas a cabo según ellos en beneficio de unas pocas personas, y otros las dos guerras contra Chechenia en 1994-96 y luego a partir de 1999, pero sobre todo el derrumbe de la URSS.