Generalmente las negociaciones en política fracasan o se rompen por la imposibilidad de alcanzar acuerdos en relación con las cuotas de participación porque cada grupo tiene sus propias necesidades que debe atender. Esta semana llegó a su fin el esfuerzo entre los seguidores del pastor Harold Caballeros y el Partido Unionista de ílvaro Arzú, cabalmente porque no había suficiente espacio para colocar a la gente que el dirigente religioso quería postular para distintos puestos de elección popular.
Desde que Caballeros anunció que estaba en pláticas con el partido de Arzú, se hizo evidente que no había tales de una nueva forma de hacer política basada en valores más que en ambiciones porque se trataba de un procedimiento muy tradicional. Para nada sorprendente si tomamos en cuenta que el señor Caballeros utiliza su influencia religiosa como gancho con una teórica masa cautiva de electores y ello, de por sí, constituye una manipulación de los sentimientos de la gente.
Creemos que cualquier persona, sin que importe su denominación religiosa, tiene derecho a hacer política, pero lo que nos parece impropio y que cabalmente es lo que la Constitución pretende impedir, es la manipulación de los sentimientos religiosos de la gente. Un protestante tiene idéntico derecho a aspirar a la Presidencia de la República que un ateo, pero ni uno ni otro tendrían que basar su campaña y su proselitismo en las cuestiones relacionadas con su propio credo o con la ausencia de alguno.
Si por politiquería entendemos ese tipo de negociaciones que se basan en el reparto del pastel, obviamente la carta de presentación del señor Caballeros en esta contienda es cabalmente muy tradicional. Hay que recordar que él estuvo muy cerca de la familia Serrano cuando ejercieron el poder y su iglesia se benefició con «diezmos» que provenían de aquellos tristemente célebres gastos confidenciales que en ese tiempo se manejaron con tanta prodigalidad.
Para bien del país mismo y con el ánimo de evitar confrontaciones que al final le hacen daño a la sociedad, es sano reparar en el mandato constitucional para mantener aparte la religión de la política. El Estado absolutamente laico constituye una de las grandes virtudes de nuestro país y las veces en que hemos vivido momentos de influencia confesional han sido trágicos. Lo fue la intromisión católica en tiempos de monseñor Rossell para ayudar a la CIA en el esfuerzo por botar a írbenz y luego lo fue el gobierno de Ríos Montt cuando usó de púlpito la Presidencia para enviar mensajes conflictivos que causaron confrontación. Y por último lo fue el gobierno de Serrano, con su supuesta iluminación divina, que lo llevó a desmanes lamentables que le costaron a él la presidencia y al país un atraso en la construcción de la democracia. Si algo no necesitamos es volver a esos tiempos de tragedia cuando la intromisión de la religión en asuntos de Estado hizo tanto daño a la vida en el país.